Se calcula que 850 millones de niños, es decir, 1 de cada 3 niños en todo el mundo, viven en zonas “en las que se superponen al menos cuatro crisis climáticas y medioambientales, como la sequía grave, las inundaciones, la contaminación del aire y la escasez de agua”, según los autores de un artículo de revisión científica publicada el 16 de junio en el “New England Journal of Medicine” (NEJM).

Los investigadores revisaron 78 informes y estudios científicos recientes que mostraban cómo y por qué los niños pequeños, los bebés y los fetos en desarrollo están más expuestos a los efectos del cambio climático y la contaminación atmosférica.

Las autoras escribieron:

“El feto, el lactante y el infante son especialmente vulnerables a la exposición a la contaminación atmosférica y al cambio climático, que ya se están cobrando un alto precio en la salud física y mental de los niños.

“La protección de la salud de los niños requiere que los profesionales de la salud comprendan los múltiples daños que el cambio climático y la contaminación atmosférica causan a los niños y utilicen las estrategias disponibles para reducir estos daños.”

Los niños social y económicamente desfavorecidos son los que soportan la mayor carga del cambio climático y la contaminación atmosférica, según las dos investigadoras.

La doctora Frederica Perera, profesora de ciencias de la salud medioambiental y directora del Centro de Salud Medioambiental Infantil de Columbia, y la doctora Kari Nadeau, profesora y directora del Centro Sean N. Parker de Investigación sobre Alergia y Asma de la Universidad de Stanford, realizaron la revisión y redactaron el informe.

Los fetos, los bebés y los niños pequeños son los más vulnerables al “efecto sinérgico del calor y la contaminación atmosférica

Los niños pequeños, los bebés y los fetos son especialmente vulnerables a los impactos ambientales del cambio climático y la contaminación atmosférica relacionada por varias razones biológicas y de comportamiento.

Mientras está en el útero, el feto es muy susceptible de sufrir trastornos en su desarrollo debido a las sustancias químicas tóxicas que pueden entrar en el cuerpo de la madre cuando ésta respira aire contaminado.

El estrés que sufre el cuerpo de la madre por la exposición a un calor intenso también puede afectar negativamente al desarrollo del bebé, señalan Perera y Nadeau.

Escribieron:

“Además, los mecanismos de defensa biológica para desintoxicar las sustancias químicas, reparar los daños en el ADN y proporcionar protección inmunitaria son inmaduros en el lactante y el niño, lo que aumenta su vulnerabilidad al estrés psicosocial y a los tóxicos físicos.”

Los niños y los bebés necesitan ingerir más alimentos y agua que los adultos para mantener sus cuerpos en crecimiento, por lo que las interrupciones en el suministro de agua y de alimentos limpios les afectan más que a los adultos.

También respiran más aire en relación con su masa corporal que los adultos, lo que aumenta su exposición a los contaminantes atmosféricos. Y sus vías respiratorias más estrechas son más vulnerables a la constricción por la contaminación del aire y los alérgenos.

Los niños son más vulnerables al calor severo debido a la función termorreguladora comprometida de sus cuerpos, lo que significa que sudan menos y tienen una temperatura corporal central más alta que los adultos cuando se exponen al calor extremo.

Además, explicaron Perera y Nadeau, los niños son muy vulnerables a los efectos de los desplazamientos debidos a fenómenos extremos intensificados por el clima, como los incendios forestales en la costa oeste de Estados Unidos y las grandes inundaciones provocadas por huracanes como el huracán Katrina.

“Ellos [los niños] son propensos a sufrir lesiones físicas y traumas psicológicos como resultado de haber sido obligados a abandonar sus hogares”, escribieron.

Además, se estima que 7,4 millones de niños en los Estados Unidos han estado expuestos cada año a humo de incendios forestales que daña los pulmones entre 2008 y 2012, y ese número sólo ha hecho que aumentar, escribieron Perera y Nadeau.

Señalaron que un informe especial del NEJM publicado en noviembre de 2020 reveló una relación entre la exposición al humo de los incendios forestales en el útero y la disminución del peso al nacer y el nacimiento prematuro, así como las exacerbaciones del asma, las sibilancias, la neumonía y la bronquitis en la infancia.

Los niños que sufren la aparición temprana de una enfermedad como el asma se enfrentan a una vida en la que los síntomas pueden persistir y empeorar, señalaron Perera y Nadeau.

“Hay pruebas de un efecto sinérgico del calor y la contaminación atmosférica en la incidencia de la hospitalización relacionada con el asma infantil”, escribieron.

Además, la proliferación de moho provocada por el cambio climático en forma de fuertes lluvias e inundaciones, como ocurrió durante los huracanes Katrina y Rita en 2005, puede desencadenar un ataque de asma, tanto si el niño es alérgico al moho como si no.

Por último, en determinadas zonas, el cambio climático también se asocia a un mayor riesgo de varias enfermedades transmitidas por vectores -como la malaria, el dengue, el virus del Zika y la enfermedad de Lyme- debido a los cambios en la estación de transmisión y la propagación geográfica de la enfermedad.

“Desigualdades sustanciales en función de la renta y la raza”.

Según las investigadoras, la mayor carga de estos riesgos recae en quienes viven en comunidades social y económicamente desfavorecidas.

Perera y Nadeau declararon:

“Las disparidades son más evidentes entre los países de ingresos más altos y los de ingresos más bajos, pero también son evidentes dentro de los Estados Unidos, donde los niños de las comunidades de bajos ingresos y de ciertos grupos raciales y étnicos, como los niños negros e hispanos, tienen una exposición desproporcionada a la contaminación del aire y a los efectos del cambio climático.

“Entre los factores que contribuyen a ello se encuentran la ubicación de las fuentes contaminantes en los barrios desfavorecidos o cerca de ellos y la falta de nutrición, atención sanitaria, educación y apoyo social adecuados.

“Los riesgos de las olas de calor son mayores en las comunidades de color con bajos ingresos, en las que medidas políticas discriminatorias, como el “redlining”, han creado islas de calor urbanas (caracterizadas por el asfalto que atrapa el calor, los pocos árboles, la densa concentración de edificios, el tráfico, la industria y las autopistas) y donde los recursos para proteger a los niños del calor son menores.”

Nadeau dijo a “Stanford News”:

“Los niños de color tienen hasta 10 veces más probabilidades de estar expuestos a las toxinas, la contaminación y el cambio climático que otros niños. En Estados Unidos, las tasas de asma infantil son dos veces mayores entre los niños negros que entre los blancos, probablemente debido a las mayores concentraciones de partículas contaminantes en las comunidades negras.

“Estos y otros impactos ambientales, combinados con el estrés relacionado con la pobreza, la injusticia y la falta de acceso a la atención sanitaria, se suman a lo largo de la vida. Llevan a un empeoramiento de los efectos sobre la salud y a un acortamiento de la vida”.

Según Perera y Nadeau, se necesitan dos tipos de soluciones.

La gente tiene que tomar medidas para proteger a los niños de los riesgos climáticos – Perera y Nadeau los denominaron soluciones de “adaptación” – y al mismo tiempo trabajar en soluciones de “mitigación” abordando las causas fundamentales del cambio climático y la contaminación atmosférica.

Para aplicar soluciones de mitigación, las medidas políticas locales, federales y estatales deben dejar de depender de los combustibles fósiles y recurrir a las fuentes de energía renovables, subrayaron.

Como solución adaptativa, los funcionarios públicos deben asegurarse de que los niños y las familias que se enfrentan a la sequía o la hambruna tengan acceso a agua potable y alimentos.

Entre sus recomendaciones se encuentran crear zonas de sombra para que los niños jueguen y vivan, la formación en materia de respuesta a catástrofes y la planificación de la evacuación para las familias y los niños, y las mosquiteras para proteger a los niños en las zonas donde hay malaria y dengue.

También hicieron hincapié en que los pediatras deben tener en cuenta la situación socioeconómica de los niños a los que atienden, asegurándose de que los cambios de comportamiento que recomiendan a sus pacientes sean empoderadores y factibles, en lugar de inducir sentimientos de impotencia, miedo o culpa.

Los combustibles fósiles son la “principal fuente” del cambio climático

Los investigadores identificaron la combustión de combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas natural) como “la principal fuente de contaminación atmosférica y de las emisiones de gases de efecto invernadero que impulsan el cambio climático”.

Su revisión de la literatura y los estudios científicos mostró:

  • Las emisiones de dos gases de efecto invernadero clave, el metano y el dióxido de carbono, han aumentado considerablemente durante los últimos 70 años, lo que ha provocado un aumento de la temperatura de la superficie de la Tierra de aproximadamente 1,1 grados C (2 grados F) desde la época preindustrial.
  • Las emisiones de dióxido de carbono alcanzaron los 35.000 millones de toneladas métricas en 2020. En 1950 se emitieron 5.000 millones de toneladas métricas, según los datos de “Earth System Science” publicados en diciembre de 2019.
  • Las concentraciones de metano en la atmósfera superaron las 1.900 partes por billón el año pasado, según los datos publicados en enero por la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (“National Oceanic and Atmospheric Administration”) de Estados Unidos, informó “Nature”.
  • El aumento de las temperaturas en todo el mundo está dañando la salud y causando muertes, y los más vulnerables a estos riesgos son los jóvenes.

Podríamos haber estado más avanzados en este tema de lo que hemos estado”.

Hace una década, la contaminación atmosférica generada por el uso de combustibles fósiles y el consiguiente aumento de las temperaturas no se debatían generalmente como un problema de salud pediátrica.

Esto ha cambiado, según las autoras.

“Casi nadie consideraba el cambio climático como un problema de salud en ese momento [cuando me hice pediatra hace 15 años]”, dijo a la CNN Aaron Bernstein, director interino del Centro para el Clima, la Salud y el Medio Ambiente Global(“Center for Climate, Health, and the Global Environment”) de la Escuela de Salud Pública T.H. Chan de Harvard.

“Me siento como un completo idiota por no haberlo visto antes, porque podríamos habernos adelantado más de lo que lo hemos hecho”, añadió Bernstein.

Ahora el Consejo Americano de Pediatría aporta para mantener la certificación un módulo sobre clima, salud y equidad. Según Perera y Nadeau, es la primera junta que ofrece este tipo de contenidos.

Además, el Laboratorio de Impacto Climático (“Climate Impact Lab”) -un equipo internacional de economistas, científicos del clima, ingenieros de datos y analistas de riesgos- está trabajando para crear el conjunto de investigaciones más completo del mundo que cuantifica los impactos del cambio climático zona por zona y comunidad por comunidad en todo el mundo.

En su página web, el laboratorio presenta una “calculadora de vidas salvadas” que utiliza un modelo de registros históricos de muertes y proyecciones de temperatura localizadas para generar una estimación del número de vidas que pueden ser salvadas si se eliminan las emisiones.

El análisis sólo tiene en cuenta las vidas en riesgo por el calor extremo, por lo que el verdadero número de víctimas del clima podría ser mayor debido a otras amenazas crecientes, como las inundaciones y las fuertes tormentas.

“Cada tonelada adicional de carbono tiene estas repercusiones globales: hay una diferencia tangible en términos de tasas de mortalidad”, declaró a “The Guardian” el 16 de junio Hannah Hess, directora asociada del grupo de investigación Rhodium, que forma parte del consorcio “Climate Impact Lab”.