Los llamados “verificadores de datos” están teniendo que trabajar doblemente para idear formas de negar el hecho innegable de que las vacunas COVID-19 están causando daños y muertes a gran escala.

Los promotores de las inyecciones y sus colaboradores en los medios de comunicación han llevado las tácticas de encubrimiento a nuevas y absurdas alturas, por ejemplo, al atribuir la racha de ataques cardíacos mortales y muertes de un día para otro entre atletas y jóvenes adultos a un problema de salud fortuito que se denomina, según los casos, “síndrome de muerte súbita del adulto” (“sudden adult death syndrome”) o “síndrome de muerte súbita arrítmica” (“sudden arrhythmic death syndrome”, SADS por sus siglas en inglés).

Sin embargo, de lo que las personas dañadas por la vacuna COVID-19 no necesariamente se dan cuenta es de que la pretensión de que los daños y muertes posteriores a la vacunación sean sólo “tristes coincidencias”, lejos de ser algo exclusivo de las vacunas pandémicas, es un truco tan antiguo como la propia vacunación.

Con la ayuda de una buena dosis de engaños semánticos y estadísticos, la estrategia principal de los funcionarios de la salud pública para perpetuar su ficción es profesar inocencia: por un lado, hacen descaradamente declaraciones sin fundamento sobre la seguridad de las vacunas mientras, por otro, se declaran “desconcertados” por dolencias que emergen en el complejo periodo que sigue al lanzamiento de una determinada vacuna.

De 1899 a 2022, ¿ha cambiado algo?

Con una asombrosa franqueza y clarividencia en su libro “La falacia de la vacunación”, publicado en 1899, el Dr. Alexander Wilder llamó la atención sobre la “creciente convicción” entre los “pensadores y observadores más profundos” de que la vacunación no sólo era “totalmente inútil como prevención”, sino que “en realidad es el medio para diseminar la enfermedad de nuevo allí donde se lleva a cabo”.

Wilder señaló que “siempre que un vacunador o un cuerpo de vacunadores emprenden una cruzada de vacunación, generalmente se produce un número de muertes por … dolencias que han sido inducidas por el procedimiento. …”

Wilder también denunció el silenciamiento y ocultación de los eventos adversos de las vacunas y las muertes, describiendo la insistencia de un colega médico a sus “hermanos de profesión para que tardaran en publicar los casos mortales de viruela después de la vacunación” y esbozando otros tejemanejes que suenan demasiado familiares hoy en día:

“De vez en cuando… se publica una muerte por vacunación, e inmediatamente se hace un esfuerzo asiduo para hacer creer que fue por alguna otra causa. Las estadísticas de la viruela, que pretenden distinguir entre las personas vacunadas y las no vacunadas, a menudo no son del todo fiables. Muchas personas que han sido vacunadas son declaradas falsamente como no vacunadas.

“Incluso cuando la muerte se produce como resultado de la vacunación, se oculta la verdad y se representa el caso como escarlatina, sarampión, erisipela [infección bacteriana de la piel], o alguna enfermedad “enmascarada”, para evitar un interrogatorio demasiado cercano.” 

La intencionalidad del silenciamiento le pareció obvia a Wilder, el cual añadió: “A los argumentos adicionales se responde con un silencio impasible, y con un aparente concierto de propósitos para excluir cuidadosamente todo debate sobre el asunto de las revistas médicas y publicaciones oficiales, y para denunciar a todos los que se oponen.”

Un juego de manos similar se puso de manifiesto durante la reciente reunión centrada en Novavax del Comité Asesor sobre Prácticas de Inmunización de los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (CDC).

En el hábilmente resumido relato del blog en directo por la doctora Meryl Nass, miembro de “Children’s Health Defense” Nass señaló la falsificación de los datos de la COVID-19 por parte de los CDC para ocultar las tasas de hospitalización y muerte mucho mayores entre los vacunados contra la COVID-19 en comparación con los no vacunados.

Convenientemente para los CDC, señaló Nass, los únicos gráficos que no estaban “actualizados y al día” eran los que presentaban el estado de vacunación frente a los resultados.

Sin embargo, a pesar de toda la “palabrería” de los CDC, señaló Nass, la agencia no pudo ocultar la mayor tasa de miocarditis en los varones vacunados con ARNm a la semana de la segunda dosis: 75,9 veces mayor en los jóvenes de 16 a 17 años y 38,9 veces mayor en los de 18 a 24 años.

La poliomielitis: otro ejemplo de “palabrería”

El Estado de Nueva York informó recientemente de un caso de “polio derivada de la vacuna”, y los científicos del Reino Unido declararon un “incidente nacional” después de encontrar supuestamente “secuencias genéticas” de poliovirus en las cloacas de Londres, parece que las autoridades de salud pública podrían estar preparándose para resucitar la polio como el hombre del saco de estos tiempos.

A primera vista, la concesión de que casi todos los casos modernos de poliomielitis paralítica tienen causas iatrogénicas (inducidas inadvertidamente) por la vacuna antipoliomielítica oral -compartida nada menos que por la Organización Mundial de la Salud y los CDC – parece inesperada y refrescantemente franca.

Sin embargo, las autoridades sanitarias no tienen intención de admitir que la historia oficial de la poliomielitis (donde “mielitis” se refiere a la inflamación de la médula espinal) está, por lo demás, más llena de agujeros que un queso suizo.

Hay, y siempre hubo, amplia evidencia para sugerir que distintas formas de envenenamiento – ya sea por arseniato de plomo, DDTo más tarde, por los ingredientes tóxicos de las propias vacunas contra la polio- son la explicación más creíble para los síntomas de parálisis y las muertes que se etiquetaron como “polio”.

De hecho, una de las primeras celebridades de la salud pública, Bernard Greenberg, presidente fundador del departamento de bioestadística de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Carolina del Norte, testificó ante el Congreso diciendo que la vacunación contra la poliomielitis “en realidad había aumentado los incidentes de poliomielitis” y que “el mal uso de los métodos estadísticos había hecho parecer lo contrario”.

Greenberg se refería a un cambio en los criterios de diagnóstico de la “poliomielitis paralítica”, implementado a mediados de la década de 1950, que empezó a exigir al menos 60 días de síntomas paralíticos para obtener el diagnóstico, frente a las 24 horas que se requerían anteriormente.

Como Greenberg no dudó en señalar, la victoria que reclamaban las primeras vacunas contra la poliomielitis, que empezaron a administrarse por la misma época, fue totalmente inmerecida.

En la actualidad, la “parálisis flácida aguda” y la “mielitis flácida aguda”, que tienen un cuadro clínico prácticamente idéntico al de la poliomielitis, son los diagnósticos de elección para las parálisis infantiles que aparecen en todo el mundo, incluso en Estados Unidos.

En países como la India, donde decenas de miles de niños han desarrollado parálisis flácida aguda, los médicos han vinculado explícitamente la enfermedad a la vacunación oral contra la polio. Pero décadas de informes publicados también asocian la parálisis con otras vacunas infantiles como las vacunas que contienen tos ferina y aluminio.

De hecho, los informes históricos sobre la inflamación de la médula espinal, incluyendo no sólo la poliomielitis sino otras formas de mielitis, se entrelazan estrechamente con las tendencias de la vacunación pediátrica y con el aumento simultáneo de la práctica de la inyección pediátrica.

Las generaciones anteriores de médicos llegaron a describir los casos de polio que ocurrían después de las inyecciones pediátricas como “parálisis por provocación”, mientras que las generaciones más recientes de médicos han observado la similitud entre la “polio” y las lesiones por inyección denominadas “neuritis traumática”.

En el calendario actual de vacunas para los niños estadounidenses, los datos de los ensayos clínicos o posteriores a la comercialización relacionan 17 vacunas diferentes con “mielitis”, “encefalomielitis”, “encefalomielitis aguda diseminada” y/o “mielitis transversa”.

La mielitis transversa también ha hecho su aparición con las vacunas COVID-19.

Obviando la explicación obvia

Desde la época de la “poliomielitis”, hay muchos otros ejemplos de diagnósticos destinados a ofuscar en lugar de dilucidar que la vacunación es causa de enfermedad y muerte – y hacer luz de gas a los afectados, haciéndoles dudar de su propia cordura.

Entre ellos se encuentran el trastorno del espectro autista (TEA) y el síndrome de muerte súbita del lactante (SMSL).

Entre las causas ambientales que se proponen como posibles desencadenantes de los trastornos neuroinmunes etiquetados como “TEA”, el envenenamiento por metales pesados -principalmente a través de la vacunación- es uno de los contendientes más consistentes.

Meticulosos artículos de referencia publicados en 2004 y 2012 demostraron fuertes paralelismos entre los efectos cerebrales de la intoxicación por mercurio y la patología cerebral del TEA. Documentos posteriores aportaron pruebas similares con respecto al aluminio.

En cuanto al SMSL, el diagnóstico se puso en boga más o menos en la misma época (a principios de los años 70) en la que la carga de vacunas para los niños en los Estados Unidos. se duplicó.

Aunque el calendario de vacunas de la década de 1970 parece restringido en comparación con las normas inmoderadas actuales, a los niños pequeños de esa década no sólo se les empezaron a inyectar 13 vacunas en lugar de siete, sino que también pasaron de recibir mayoritariamente una única vacuna cada vez a recibir a menudo dos a la vez, incluyendo cinco dosis de difteria-tétanos-tos ferina (DTP) y polio oral ambas retiradas posteriormente del mercado estadounidense debido a su problemático perfil de efectos adversos.

Las muertes por SMSL, que por definición afectan a “bebés aparentemente normales y sanos”, y las muertes de niños pequeños clasificadas como “muertes súbitas inexplicables en la infancia” se producen típicamente “en estrecha asociación temporal después de la vacunación”, y nueve de cada diez muertes por SMSL se producen alrededor del mismo tiempo que las visitas de revisión rutinaria o de “bebé sano” a los dos y cuatro meses.

Sin embargo, los científicos siguen afirmando que las muertes imprevisibles “eluden… la comprensión científica”.

El engaño continúa

Lamentablemente, las personas dañadas por las vacunas a menudo son alistadas en la martingala.

Desesperados por recibir ayuda, descubren que no pueden acceder a los pasillos de la medicina a menos que autocensuren cualquier planteamiento de que la vacunación fue el origen de sus problemas de salud y, en su lugar, acepten las explicaciones “idiopáticas” o “genéticas”, o recurran a algunos de los más de 70.000 códigos en la Clasificación Internacional de Enfermedades-10 (CIE-10) – al tiempo que rehúyen el pequeño puñado de códigos relativos al “efecto adverso de las vacunas y sustancias biológicas”.

Un nuevo código CIE referente a “nuevas enfermedades de etiología incierta o uso de emergencia” fue designado para “vacunas COVID-19 que causan efectos adversos en el uso terapéutico, sin especificar”. Sin embargo, está por ver si algún profesional sanitario se atreve a utilizarlo.

Mientras tanto, como satíricamente informó “The Exposé” el 24 de julio, “parece que no podemos pasar una sola semana sin oír hablar de la reaparición o la aparición de una enfermedad o dolencia”, incluido un “misterioso” brote de hepatitis entre los niños, el fenómeno de la la viruela del mono y, por supuesto, la polio.

Todos estos brotes, señalaron los periodistas, “están ocurriendo ‘casualmente’ después de que millones de personas en todo el mundo hayan sido inyectadas con una vacuna experimental de ARNm COVID-19”.

Como ilustran los recientes informes de Nueva York y el Reino Unido sobre la poliomielitis inducida por vacunas, estas amenazas, ya sean reales o imaginarias, probablemente movilizarán más hostilidad hacia los no vacunados, incluidas las comunidades neoyorquinas condenadas al ostracismo hace unos años por rechazar las vacunas contra el sarampión por razones religiosas.

Además, el espectro de un resurgimiento de la poliomielitis se utilizará para arengar al creciente número de padres que, por la razón que sea, han estado cada vez más aplazando la vacunación de sus hijos.

En resumen, sería ingenuo esperar que se produzca algún avance en la revelación de la verdad desde los rincones oficiales en un futuro próximo.