Los informes aparecidos los últimos meses sobre los acuerdos multimillonarios propuestos para acabar con lasenormes demandas relacionadas con los opioides reflejan claramente la actitud de los fabricantes y distribuidores de medicamentos.

Incluso cuando aceptan pagar cantidades récord, los líderes de la industria y sus representantes de relaciones públicas mantienen que no hay conexión entre las grandes farmacéuticas, “Big Pharma”, y la adicción a los estupefacientes en los Estados Unidos.

“Purdue Pharmaceuticals”,que comercializó el derivado opiáceo OxyContin como no adictivo, exige una amplia inmunidad legal a cambio de su acuerdo de 4.500 millones de dólares.

Con el anuncio de la oferta de 26.000 millones de dólares, Michael Ullmann, vicepresidente ejecutivo y consejero general de Johnson & Johnson hizo una declaración cuidadosamente redactada:

“Reconocemos que la crisis de los opioides es un problema de salud pública tremendamente complejo, y nos solidarizamos profundamente con todos los afectados. Este acuerdo apoyará directamente los esfuerzos estatales y locales para lograr un progreso significativo en la lucha contra la crisis de los opioides en los Estados Unidos.”

Con una estrategia coherente, y siguiendo la estela de la benevolencia de las grandes farmacéuticas, “Big Pharma”, para el rápido desarrollo de vacunas COVID-19, los acusados no asumen ninguna responsabilidad por su contribución a la epidemia de opioides.

Más bien, por sus miles de millones, exigen que todos los estados y municipios implicados en todas las demandas se comprometan a no volver a asociar sus productos con la drogadicción.

Las empresas han ofrecido comprar el silencio sobre su complicidad en la muerte de medio millón de personas en los últimos 20 años. Este intento de soborno refleja la moralidad de un suministro continuo de medicamentos adictivos a los incontables millones de personas que hoy en día sufren a causa del abuso de opioides recetados.

Los adictos que evitan o sobreviven a una sobredosis deben navegar por una sociedad que permite el acceso a los narcóticos mientras se designa a los adictos como parias y delincuentes. Tanto si la fuente de sus drogas son opiáceos importados como analgésicos recetados, su sufrimiento se ve sustancialmente aumentado por una cultura hostil y una negligente supervisión gubernamental.

Hemos hecho la vista gorda ante lo que es en realidad un cártel de la droga con licencia que explota a los vulnerables.

El fiscal general de Pensilvania, Josh Shapiro, directamente involucrado en las demandas de Purdue y Johnson & Johnson, dio un sucinto análisis de su perspectiva:

“Estas muertes no tenían que ocurrir. Esta epidemia fue fabricada por un ejército de ejecutivos farmacéuticos y distribuidores de medicamentos.”

Un descuido miope

Los reguladores del gobierno podrían haber evitado esta tragedia en curso.

La Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (“Food and Drug Administration”, FDA por sus siglas en inglés), facultada para proteger al público, no ha podido resistir la influencia dominante de la industria farmacéutica.

La FDA sigue fracasando en la tarea de minimizar el dolor y el sufrimiento de los adictos y sus familias, asolados por una epidemia de drogodependencia que se podía haber prevenido.

El doctor Raeford Brown, ex jefe del comité asesor de la FDA para la aprobación de nuevos analgésicos opioides, en 2019 dijo:

“El modus operandi de la agencia es que hablan bien y luego no pasa nada. Al trabajar directamente con la agencia durante los últimos cinco años, cuando me siento a escucharles en las reuniones, en lo único en lo que puedo pensar es en el tictac del reloj y en cuántas personas mueren cada vez que no hacen nada. La falta de perspicacia que sigue mostrando la agencia es, en muchos sentidos, una ceguera voluntaria que raya en lo criminal”.

El gobierno de EE.UU. enfocó mal la guerra contra las drogas: Debería haberse librado contra la industria farmacéutica.

Pero está claro que no ha habido una inclinación a cambiar nada, principalmente porque la FDA y las grandes farmacéuticas siempre han tenido una relación mutuamente beneficiosa.

¿Podría deberse a que la división de la FDA encargada de la supervisión de los opioides depende de los gigantes farmacéuticos para el 75% de su presupuesto? O quizás se deba a la puerta giratoria entre los reguladores de la FDA y los Centros de Control y Prevención de Enfermedades y los profesionales de la industria farmacéutica.

Ambas concesiones estructurales en curso son síntomas manifiestos de la falta de voluntad para acabar con el flujo de enormes ganancias.

Los medicamentos de venta con receta como el Fentanilo y el OxyContin, y otros opiáceos similares, han sido objeto de abuso debido a medidas políticas que se toman impulsadas por los beneficios y esto se traducen en esfuerzos ineficaces para regular y restringir su uso.

Incluso cuando se considera la aceptación de una oferta de acuerdo, la adicción a los opiáceos y sus consiguientes consecuencias trágicas van en aumento.

Más allá de las enormes demandas civiles, parece que no se hace ningún esfuerzo por revelar los detalles de la insidiosa relación entre los especuladores y los reguladores, y no porque el público no sea consciente de la destructiva alianza.

Nueva confianza en un sector odiado

Una encuesta de Gallup en 2019 encontró que el sector farmacéutico es la industria más odiada en Estados Unidos.

Por extensión, la expectativa de una supervisión gubernamental honesta ha sido mínima, aunque la relación amoral subyacente entre la FDA y las grandes farmacéuticas es un tema que rara vez se analiza en detalle.

Dado que los gigantes farmacéuticos ofrecen miles de millones en fondos de liquidación a los programas de los gobiernos estatales para actividades que son abusos sociales y criminales, la regulación y supervisión de la FDA para proteger la salud pública es mínima.

No es un secreto saber quién tiene la autoridad en su alianza con los gigantes farmacéuticos.

Y ahora, cuando el mundo se enfrenta a los retos de una pandemia en curso, hay una inexplicable fe ciega en este mismo consorcio.

El desarrollo de las vacunas fue rápido y furioso en nombre de una crisis sanitaria explosiva. Sin embargo, cuando más se necesita el escrutinio de cada detalle, la industria farmacéutica ha tenido un amplio margen para el error y el juego sucio.

Los reguladores gubernamentales y las grandes farmacéuticas mantienen su relación de statu quo. ¿Debería aceptarse su motivación y honestidad respecto a una vacuna experimental se puede aceptar tal cual?

¿Y por qué los que cuestionan su veracidad son condenados y castigados con el ostracismo?

La FDA sigue bailando al son de la industria farmacéutica mientras la vacuna obtiene unos beneficios asombrosos, lo que debería causar una inmensa preocupación.

El negocio de los medicamentos con receta se ha ganado la reputación de ser implacable a la hora de buscar la máxima rentabilidad de medicamentos de los que se suele abusar o que tienen numerosos riesgos asociados. Nada ha cambiado.

Con un historial de actividades ilícitas, no hay lugar para la buena fe en un comercio cuyo interés central es la protección de los beneficios – sin embargo, se le pide a la población que crea que son preocupaciones compasivas lo que impulsa el implacable esfuerzo realizado con las medidas políticas para la vacunación.

Con un tremendo incentivo financiero para hacer crecer el mercado, hay muy poco que debatir sobre la posibilidad de que los beneficios pudieran estar influyendo en la promoción de la vacuna COVID-19.

Y ahora el mensaje incluye que todos podrían necesitar ser dosificado repetidamente para evitar nuevas variantes, quizás durante años.

Una campaña de ventas internacional

Aunque aparentemente todas las fuerzas se han reunido en nombre de acabar con una pandemia mundial, sin duda hay otros motivos en la distribución de vacunas.

Desde que se declaró por primera vez, estaba claro que un país no podía alcanzar la inmunidad de rebaño independientemente. Eficacia y pronunciamientos aparte, seis meses después de la administración de las primeras dosis, el 80% de las vacunas COVID-19 producidas se han destinado a los países más ricos del mundo.

Más dosis de las vacunas Johnson & Johnson producidas en Sudáfrica se enviaron fuera del país delas que se entregaron a los residentes del país. Cuando esto se hizo público, se avergonzó a la empresa lo suficiente como para devolver las vacunas a África.

Quizás la campaña de vacunación universal no es tan equitativa como se ha presentado. Una vez más, parece que la dependencia de un medicamento costoso para los países que pueden pagarlo es un componente clave del marketing farmacéutico. A los beneficiarios se les dice que es gratis, aunque nada es gratuito, ya sea a través de los impuestos o de los efectos secundarios.

Para las grandes farmacéuticas la pandemia tiene más ganancias potenciales que la de los opiáceos.

De alguna manera, la confianza ciega continúa, dando rienda suelta a una de las industrias más poderosas y ricas del planeta para que impulse un producto cuestionable. Sus enormes fuerzas de relaciones públicas y grupos de presión trabajan duro para imponer una visión subjetiva. Las nuevas vacunas se siguen presentando como una cura brillante y humanitaria para la pandemia.

Como justificación para los mandatos de las vacunas la industria farmacéutica, a través de sus defensores en la FDA y los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (“Centers for Disease Control and Prevention”; CDC por sus siglas en inglés), está en el centro de la minimización de la disconformidad.

La industria ha creado la impresión de que es imposible que en el desarrollo y la puesta en marcha de la vacuna COVID-19 se hayan producido fallos o engaños.

Este consenso fabricado se basa en una lógica aparentemente razonable: Sería imposible que todos los laboratorios, investigadores y médicos bienintencionados de muchos países minimizaran ingenuamente los riesgos o se confabularan en ningún tipo de relato falso sobre la pandemia o las vacunas.

Este mito simplista de su campaña de relaciones públicas explica el ambiente general: los periodistas y la población no pueden imaginarse que no se les está informando de forma completa.

Sin embargo, es importante entender este razonamiento artificioso en una perspectiva más amplia. El despliegue de la vacuna universal se está desarrollando en un planeta ardiendo en sus bordes con los polos derritiéndose y los océanos subiendo.

Los mismos gobiernos y fuerzas corporativas que han fracasado en frenar una catástrofe planetaria piden ahora una confianza absoluta respecto a nuestra salud futura.

La impresión de que las fuerzas empresariales, gubernamentales y científicas colaboran para buscar lo que sea mejor para nosotros se basa en una pretensión que merece ser examinada. La aceptación ciega de las soluciones que ofrezca cualquier empresa para una crisis global es algo que no tiene ningún fundamento.

Confiar a las grandes farmacéuticas, “Big Pharma”, nuestro bienestar equivale a esperar que las industrias petrolera, militar y química salven a la Tierra del desastre medioambiental.

El problema de fondo no es un secreto: el afán de lucro eclipsa la toma de decisiones sensatas.

La industria farmacéutica ha engañado continuamente a la población. Ha colaborado con el estamento médico en la distribución de narcóticos adictivos. Esta misma empresa comercial ha promovido otras vacunas y medicamentos cuestionables que son más peligrosos que las enfermedades que previenen o los síntomas que tratan.

El enorme número de personas perjudicadas o muertas por reacciones adversas a las vacunas o a medicamentos recetados se ha convertido de alguna manera en una realidad que aceptamos . Durante décadas, se ha creado unambiente en el que se toleran efectos secundarios venenosos.

Mientras tanto, la industria contrata a expertos en generar pensamiento de grupo. Los que no aceptan participar en sus artimaña son marginados.

Desafiar la línea oficial de las grandes farmacéuticas, “Big Pharma”, conlleva grandes riesgos. Tomar medidas políticas que se enfrenten y que puedan disminuir los beneficios suele garantizar el fin de la financiación de la investigación y, muy probablemente, una de una carrera profesional lucrativa.

A medida que aumenta la crisis, hay aún menos tolerancia para los disidentes.

Una pandemia de engaños

El mayor síntoma de la pandemia es la pérdida de sentido común.

Los alegatos emocionales y los intentos de condenar al ostracismo a cualquiera que cuestione la conveniencia de vacunarse contra la COVID-19 muestran signos reveladores de ser una campaña de relaciones públicas engañosa.

Y ha tenido mucho éxito.

Las grandes farmacéuticas también recibieron un regalo de relaciones públicas por parte de los políticos y los expertos que repiten cualquier conjetura, desde las más inverosímiles hasta las más escandalosas, sobre la pandemia.

La mayoría de las preguntas legítimas sobre el programa de vacunas por parte de médicos y científicos se agrupan ahora con desafíos montados por los sensacionalistas con motivación política y de conspiración.

Siempre hay información errónea difundida por una serie de fuentes desinformadas sobre cualquier tema. En la actualidad, debido a la falta de comprensión y de análisis crítico y detallado, la especulación sobre la pandemia está en auge.

Si hubiera más información y se dieran más detalles, habría menos conjeturas. En cambio, cualquiera que dude de la realidad prescrita debe ser parte de un engaño.

Los beneficios de la vacuna siguen siendo presentados sobriamente como incuestionables.. Los que dudan deben ser tontos o, como mínimo, ignorantes de su valor e importancia.

Existe una actitud desmesurada y de culto hacia quienes cuestionan cualquier aspecto del plan de vacunación. A medida que aparecen algunas de las primeras cuestiones serias sobre la eficacia, con la incertidumbre sobre la supresión de la vacuna en futuras variantes de la enfermedad, cabría esperar un ablandamiento del ambiente dogmático.

En cambio, se acumula la culpa airada con la implicación de que los no vacunados están causando que la pandemia continúe.

La indignación tendría una aplicación más práctica si se centrara en los factores de riesgo conocidos, como la dieta poco saludable y la mala alimentación, la obesidad y la diabetes . Estas y otras condiciones influyeron en las tasas de mortalidad antes de la pandemia, y siguen representando las principales causas subyacentes para la hospitalización con casos de riesgo vital del virus.

Los informes sobre las personas con mayor riesgo de padecer enfermedades graves han disminuido desde el inicio de la pandemia. En cambio, hay un desfile de historias dramáticas sobre individuos perfectamente sanos y no vacunados que de repente sucumben al virus.

Por ejemplo, la prensa británica informó ampliamente de la muerte de un supuesto hombre de 42 años, sano y en forma, que lamentaba no haberse vacunado, pero no mencionó que era asmático y que probablemente utilizaba esteroides para controlar su enfermedad. Algunos artículos mencionan su condición subyacenteen la fase final del texto, aparentemente sin darse cuenta de que la revelación contrarresta la afirmación principal de la obra.

Este relato es uno de los muchos que demuestran cómo la emotiva campaña para que todo el mundo se vacune llega a eclipsar los esfuerzos para informar a quienes tienen enfermedades subyacentes. Quizás la salud de estas personas no sea la prioridad en la campaña.

¿Por qué la cobertura informativa de COVID-19 no está repleta de orientaciones para las personas de riesgo, con artículos convincentes sobre el estilo de vida y las opciones dietéticas?

Y esto es así porque sólo son aceptables los mensajes que apoyan la producción y la venta de vacunas. La desviación de esta doctrina es un tabú.

La plaza fuerte debe mantenerse

Los CDC han admitido que la eficacia de la vacuna está disminuyendo en porcentajes de dos dígitos. Al mismo tiempo, la necesidad de refuerzos de vacunas se está aplicando.

A pesar de las contradicciones en los términos, las incoherencias ignoradas y los conflictos con los datos optimistas anteriores, la campaña de relaciones públicas continúa. De hecho, a medida que se hacen evidentes los fallos en las vacunas y la lógica engañosa, mayor es la intensidad para apoyar una realidad distorsionada.

La industria farmacéutica, el gobierno y los abnegados medios de comunicación siguen repitiendo el santo mantra sin importar lo que ocurra: La vacuna es segura, eficaz y gratuita.

Los sitios web que se autodenominan de comprobación de datos, en lugar de atreverse a criticar los argumentos de las relaciones públicas, se limitan a tocar el tambor de los CDC, la FDA y las grandes farmacéuticas. La investigación de la prensa está dominada por quienes buscan las fuentes de los datos falsos que siguen aquellos que cuestionan la base científica de las pruebas de las vacunas o de la vacunación.

La mayoría de los medios de comunicación mantienen su posición. Los críticos siguen centrados al 100% en desacreditar a quienes cuestionan las estadísticas de vacunación. Ignorando que su mayor responsabilidad es desafiar a la industria, llegan repetidamente a una conclusión asombrosamente consistente sobre cualquier dato estadístico que implica dudas sobre la vacuna: Todos los datos, cuando se analizan adecuadamente, muestran la importancia de la vacunación, con riesgos mínimos, y en todos los casos los descalificadores están falseando o exagerando.

La desviación de esta interpretación prescriptiva se considera sacrosanta.

Los médicos y analistas que incumplen la prohibición de plantear la posibilidad de otras formas de prevención o tratamiento son marginados o excomulgados. Los médicos conocedores de los pacientes que han tenido reacciones graves a la vacuna, y los virólogos que tienen opiniones discrepantes, son rechazados como disconformes peligrosos.

Los datos sobre la respuesta adversa a las vacunas no aparecen en la prensa generalista.

El remedio es la verdad

El consorcio de las grandes farmacéuticas, “Big Pharma”, está empeñado en hacer lo que sea necesario para asegurarse de que la sabiduría convencional no tenga contrincantes. La ley y el gobierno apoyan a la industria.

A partir del 1 de mayo, los CDC dejaron de recopilar datos sobre casos de fallos de la vacunación que no sean hospitalizaciones o muertes. Esta silenciosa decisión se produjo al mismo tiempo que la revelación de que las nuevas variantes altamente contagiosas podían infectar a los vacunados. Con síntomas mínimos o inexistentes, estas personas podrían seguir infectando a otras sin saberlo. También es posible que esto impulse nuevas variantes.

De alguna manera, las medidas políticas que se alejan de los detalles importantes fueron reveladas sólo más de dos meses después de que se llevara a cabo el cambio.. Los CDC anunciaron que esta decisión se tomó porque la agencia tenía cosas más importantes que hacer.

Las objeciones de algunos científicos y organizaciones fueron reportadas en la prensa, pero no parece que se investigue por qué estos datos se consideraron intencionadamente irrelevantes.

El hecho de ignorar la información crítica sobre los casos de fallos de la vacunación ilustra cómo contradecir la eficacia de las vacunas es un tema tabú.

Este enfoque para mantener el status quo de un producto no es nuevo.

Una atmósfera en la que la marginación de la disidencia y la minimización de los datos que no la apoyan ha sido la precursora de todos los abusos y escándalos en los que las grandes farmacéuticas, “Big Pharma”, dominaba la conversación.

La industria niega los hechos y degrada a los críticos hasta que la evidencia abruma su versión fabricada de la realidad.. Luego, sin aceptar la culpa, siguen adelante – Se trata de un comercio de ventas que se ha visto obligado a pagar miles de millones de dólares en lo que se suele denominar “daños y perjuicios”.

Tal vez haya algunas personas que todavía crean que la principal directriz de las grandes farmacéuticas para hacer frente a la pandemia es la benevolencia altruista. Pero si realmente su misión se ha convertido en acabar con el sufrimiento y curar a las masas, no debería haber ningún problema en aceptar que no hay nada que ocultar.

Para los que entienden que la moral fundacional de la industria farmacéutica no ha cambiado, éste es un momento en el que debería haber mayor escrutinio que nunca.

Debemos estar vigilantes en la observación de los datos. La confianza ciega en los medios de comunicación o en una sola fuente es peligroso.

El sistema de notificación de efectos adversos de las vacunas de los CDC es hace mucho tiempo que necesita una gran mejoría. Los datos sobre los peligros y las complicaciones de las vacunas deben reunirse escrupulosamente y hacerse públicos.

Hay una necesidad desesperada de apertura y transparencia para que cada detalle pueda ser evaluado con objetividad – se debe mirar de frente a la pandemia con los ojos bien abiertos. Nuestras decisiones médicas deben basarse en información ampliamente respaldada y verificable.

La población se merece oír algo más que “simplemente confíen en nosotros.”