Desde el principio de la serie de acontecimientos calificados como emergencia sanitaria mundial, muchos se han olido que hay gato encerrado.

Tanto si uno se centra en la voluntad de los dirigentes de emprender una destrucción económica gratuita, o en la rapidez con la que los multimillonarios han acumulado nuevas riquezas o los esfuerzos multisectoriales por vincular y minar los datos íntimos de las personas, no es difícil reconocer que está en marcha algo mucho más grande que una crisis sanitaria.

Sin embargo, incluso si uno se restinge a los estrechos límites de la narrativa sanitaria, 18 meses de datos -que han aflorado a pesar de la feroz censura- han ilustrado repetidamente que la historia oficial está llena de mentiras y omisiones.

Uno de los mayores agujeros de la historia es el rastro de destrucción que las vacunas COVID experimentales están dejando a su paso, con cientos de miles de daños notificados sólo en Estados Unidos y, según algunos expertos en estadística, hasta 150.000 estadounidenses muertos.

Con este nivel de daño después de sólo nueve meses, ahora es tan buen momento como cualquier otro para reexaminar los “cálculos sobre la COVID” y destacar algunas de las falsedades que se han insertado, las cuales arrojan serias dudas sobre los pronunciamientos oficiales y corporativos acerca de los riesgos y beneficios.

El caso falso de la vacunación de los niños

El director general de Pfizer, el veterinario Albert Bourla, se encuentra en estos momentos en plena efervescencia ante la probable decisión de la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (“Food and Drug Administration”, FDA por sus siglas en inglés) de dar luz verde al uso de emergencia de la vacuna COVID de su empresa en niños de 5 a 11 años. Para reforzar sus argumentos, Bourla afirma que los casos de COVID pediátrico están aumentando.

Sin embargo, dejando de lado la metodología de las cuestionables pruebas PCR que se está utilizando para identificar estos “casos” (es decir, hasta que los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (“Centers for Disease Control and Prevention”, CDC por sus siglas en inglés) retire la prueba PCR a finales de año), estudios recientes muestran que los datos sobre las hospitalizaciones por COVID-19 notificadas – “uno de los principales parámetros para hacer un seguimiento de la gravedad de la pandemia de coronavirus”- se han inflado enormemente para los niños. En realidad, las tasas de hospitalización pediátrica por COVID son “increíblemente bajas”.

Hay un hecho en especial que merece ser repetido: Hasta los 19 años, los niños y adolescentes tienen una tasa de supervivencia de COVID-19 del 99,9973%. Esta información, que ha sido un dato constante a lo largo de toda la pandemia declarada, se reitera en los análisis más recientes del médico, epidemiólogo y estadístico de Stanford, John Ioannidis, que ha sido un firme crítico del alarmismo sobre la COVID desde el principio.

Y las buenas noticias de Ioannidis no se limitan a los 19 años. Hasta que la gente llega a los setenta años, todos los grupos de edad tienen tasas de supervivencia muy superiores al 99%:

  • 0-19: 99.9973%
  • 20-29: 99.986%
  • 30-39: 99.969%
  • 40-49: 99.918%
  • 50-59: 99.73%
  • 60-69: 99.41%
  • 70+: 97,6% (no institucionalizados)
  • 70+: 94,5% (institucionalizados y no institucionalizados)

Como escribió Kit Knightly, de “Off-Guardian”, sobre otro estudio de Ioannidis la pasada primavera: “Con cada nuevo estudio, con cada nuevo artículo, la pandemia ‘mortal’ se vuelve cada vez menos, bueno, mortal”.

En ese momento, Ioannidis comprobó que la tasa de letalidad global de la infección era un 95% inferior a la difundida por la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Riesgos: el ejemplo de la miocarditis

Al comentar los estudios de los hospitales pediátricos -en los que más de la mitad de los niños ingresaron en el hospital por razones que no tienen nada que ver con nada parecido a la COVID- un periodista escribió: “Las implicaciones […] son enormemente importantes, ya que los informes sobre hospitalizaciones pediátricas han aparecido regularmente en los titulares durante el último año, afectando en gran medida a la percepción pública sobre los riesgos para los niños.”

Estos titulares y percepciones probablemente harán que algunos padres se precipiten a los brazos de su vacunador local.

Bourla y otros ejecutivos de Pfizer han guardado silencio sobre los numerosos jóvenes de 12 a 17 años que acaban hospitalizados y lesionados tras ponerse el producto experimental de ARNm de la empresa.

Lamentablemente, las declaraciones posteriores a la inyección que realizan estos adolescentes ahora discapacitados y sus padres comparten un estribillo común: influenciados por las informaciones sesgadas de los medios de comunicación de algunos lados, y sin el beneficio de conocer la información censurada en otros lados, no eran conscientes de los riesgos.

¿Cuáles son algunos de esos riesgos?

Un estudio realizado en Ottawa estimó recientemente que una de cada 625 dosis de Moderna administradas dan como resultado miocarditis (inflamación del corazón), al igual que una de cada 2.500 dosis de la inyección de Pfizer, con una “estrecha asociación temporal entre la recepción de la vacuna de ARNm y el posterior desarrollo de los síntomas en un período de tiempo relativamente corto después”.

Los autores de Ottawa señalaron que sus estimaciones -basadas en la “investigación directa de pacientes” que se encontraban “en su mayoría en la categoría de edad vulnerable de 18 a 30 años”- eran diez veces más altas que la incidencia producida por un estudio menos riguroso que sólo examinaba “datos sanitarios administrativos”.

Los autores también señalaron la relevancia de sus hallazgos para el “debate público en curso sobre las propuestas de vacunación de niños menores de 16 años”.

Según otro nuevo estudio, los chicos sanos de entre 12 y 15 años, sin enfermedades subyacentes, tenían entre cuatro y seis veces más probabilidades de ser diagnosticados de miocarditis relacionada con la vacuna que de ser hospitalizados por COVID.

El estudio de Ottawa puede haber señalado más a la inyección de Moderna, pero una actualización de los CDC de finales de agosto sobre los problemas cardíacos notificados al Sistema de Notificación de Efectos Adversos de las Vacunas (“Vaccine Adverse Event Reporting System”, VAERS por sus siglas en inglés) tras la vacunación de COVID sugiere que la inyección de Pfizer puede ser igualmente traicionera, especialmente para los hombres jóvenes.

Utilizando una estimación estadísticamente creíble de que los datos del VAERS realizan una infravaloración de las lesiones por COVID por un factor de 41, Steve Kirsch (fundador del Fondo de Tratamiento Temprano de COVID-19 (“COVID-19 Early Treatment Fund”)) ha calculado (diapositiva 15) que aproximadamente uno de cada 318 chicos de 16 y 17 años puede desarrollar miocarditis después de dos dosis de Pfizer; y una tercera dosis de refuerzo de la vacuna de Pfizer podría elevar ese riesgo a un aterrador uno de cada 25.

Otro examen reciente de los datos del VAERS realizado por “Health Impact News” mostró que en 2021, hasta la fecha, los jóvenes de 12 a 19 años han tenido 50 veces más probabilidades de sufrir problemas cardíacos tras recibir las vacunas experimentales de COVID -y casi ocho veces más probabilidades de morir- en comparación con todas las demás vacunas aprobadas por la FDA juntas.

Considerando los eventos adversos notificados a VAERS durante la última década para todas las vacunas combinadas, ha habido un “altamente anómalo” aumento del 1.000% en el total de eventos adversos notificados hasta ahora para 2021.

Con este tipo de hallazgos, la oposición a la vacunación de los niños es cada vez más fuerte.

Los autores de un estudio recién publicado en “Toxicology Reports” se preguntan abiertamente: “¿Por qué vacunamos a los niños contra el COVID-19?” Advierten que los grupos de edad más jóvenes podrían experimentar efectos a más largo plazo (como la miocarditis) “que, de ser graves, habrían de ser soportados por los niños/adolescentes potencialmente durante décadas .”

Tratamientos seguros retenidos, protocolos peligrosos incentivados

El nuevo estudio de John Ioannidis muestra que la institucionalización sesga negativamente los resultados del grupo de edad de más de 70 años. Mientras que la tasa de supervivencia es del 97,5% para los ancianos de 70 años o más que viven en su comunidad, desciende al 94,5% cuando se incluyen en el recuento los ancianos institucionalizados de ese grupo de edad.

¿Por qué les va tan mal a los ancianos institucionalizados? En el Reino Unido, los periodistas y los enterradores han aportado una posible respuesta, compartiendo inquietantes descripciones sobre el terreno acerca de la eutanasia ilegal que supuestamente se está llevando a cabo de forma generalizada en las residencias de ancianos, así como en los hospitales.

Mientras tanto, en EE.UU., los reguladores, los hospitales y las farmacias han aplicado medidas políticas igualmente inquietantes que exigen la retención de medicamentos baratos, como la ivermectina y la hidroxicloroquina -que han demostrado ser eficaces y seguros en otros lugares-, al tiempo que obligan a los pacientes hospitalizados por COVID a seguir protocolos que no sólo son inútiles, sino también asesinos.

La Ciudad de México logró una reducción de hasta un 76% en las hospitalizaciones por COVID al poner a disposición del público kits de tratamiento casero a base de ivermectina. Con pruebas como esta, ¿por qué los hospitales estadounidenses se adhieren obstinadamente a protocolos que ponen en peligro la vida de los pacientes y que incluyen el remdesivir (que se sabe que produce líquido en los pulmones y estancias hospitalarias más largas) y a la intubación?

Una respuesta bastante oscura es que los hospitales no sólo están libres de toda responsabilidad por cualquier resultado fatal que resulte de este enfoque, sino que además reciben una fuerte cantidad de pagos en dinero federal – incluyendo un 20% del “complemento” Medicare que puede llegar a sumar hasta 40.000 dólares para los pacientes que pasan cuatro o más días con un respirador.

Aunque los hospitales se apresuren a refutar que estos factores estén en juego, el creciente número de denunciantes de hospitales se hace cada vez más difícil de ignorar.

En marzo, el Dr. Peter McCullough, de la Universidad de Baylor, lamentó que hasta el 85% de las muertes por COVID podrían haberse evitado con un tratamiento temprano mediante el uso de ivermectina y otros fármacos antes habituales, y que ahora han sido desautorizados por los reguladores y para los cuales las farmacias estadounidenses ya no aceptarán recetas para su uso “fuera del designado oficialmente”.

Existe un acuerdo internacional con la postura de McCullough de que “es posible reducir en gran medida las muertes por COVID-19 utilizando la ivermectina”, y la Alianza de Cuidados Críticos de la COVID-19 (“Front Line COVID-19 Critical Care”, FLCCC por sus siglas en inglés), con sede en Estados Unidos, describe el medicamento como la posible “solución global a la pandemia”.

Sin embargo, en lugar de aplaudir a estos defensores de la intervención temprana por sus esfuerzos para salvar vidas, se han convertido, según el Dr. Robert Malone, inventor de la vacuna de ARNm, en el centro de intensas “estrategias coordinadas” para someterlos a “burlas y ataques y difamaciones violentas.”

Esas muertes “anómalas”

En los análisis presentados por Steve Kirsch a la FDA (diapositiva nº 6), Kirsch resumió los datos que muestran que las vacunas COVID están matando a más personas de las que salvan, cálculo que incluye que están provocando seis muertes en exceso por cada vida supuestamente salvada entre residentes de hogares de ancianos, y cinco muertes en exceso por cada vida salvada según los primeros datos de los ensayos clínicos de Pfizer.

Expertos en estadística independientes estiman que las inyecciones están relacionadas con unas 470 muertes por cada millón de dosis administradas. (A modo de comparación, los investigadores de los CDC admitieron en su día que la vacunación contra la viruela era responsable de una muerte por millón).

En febrero, los estudios realizados en Israel ya mostraban que la inyección de Pfizer (la única utilizada en Israel) causaba “una mortalidad cientos de veces mayor en los jóvenes en comparación con la mortalidad por coronavirus sin la vacuna, y decenas de veces más en los ancianos.”

La periodista de investigación, Corey Lynn, de “Corey’s Digs”, señaló que la metodología de los CDC para calcular las muertes relacionadas con la vacuna COVID es muy engañosa porque se basa en el número de dosis administradas, en lugar de en el número de personas que reciben las inyecciones.

El análisis de Lynn muestra que esta metodología reduce el porcentaje de muertes casi a la mitad, “un increíble error matemático, seguramente hecho con intención”.

Otra estratagema de los CDC para infravalorar los daños causados por las inyecciones de COVID tiene que ver con la definición que la agencia hace de “totalmente vacunado”. En la actualidad, los CDC consideran “no vacunado” a todo aquel que no lleve dos semanas con su segunda dosis (en una serie de dos dosis) o dos semanas con una única dosis de vacuna. (Y como señaló recientemente la presidenta de “Children’s Health Defense”, Mary Holland, “no vacunado” podría “significar pronto cualquier persona a la que le falte la última dosis de refuerzo”, y es probable que haya aún más refuerzos en el futuro).

Teniendo en cuenta que el 17% de las muertes notificadas al VAERS se han producido en las 48 horas siguientes a la vacunación con COVID, es evidente que muchas muertes por vacunación en Estados Unidos se estén contabilizando como muertes “sin vacunar” y se atribuyen erróneamente a COVID-19 o a otras causas.

En el Reino Unido, sin embargo, los datos de salud pública muestran que el 80% de las muertes por “COVID-19” en agosto se produjeron en personas que habían sido vacunadas, y las tasas de hospitalización fueron un 70% más altas entre los vacunados que entre los no vacunados.

Cada vez más, los ciudadanos no se dejan engañar por los tejemanejes estadísticos. Cuando un canal de televisión de Detroit trató recientemente de fomentar la hostilidad contra los no vacunados pidiendo a los espectadores que presentaran historias de familiares recalcitrantes no inyectados que murieran de COVID-19, lo que consiguieron fue más de 182.000 comentarios sobre seres queridos que habían muerto o resultado dañados tras recibir una o más inyecciones de COVID.

Estas respuestas aportan pruebas contundentes de que lo que estamos viviendo es una “pandemia de los vacunados”.