El manejo oficial la semana pasada de las muertes de dos daneses y un médico de Miami después de sus pinchazos COVID pone de relieve los enormes agujeros que hay en el sistema de vigilancia del gobierno para detectar, después de la comercialización, reacciones a las vacunas.

Estos incidentes sugieren que es poco probable que los funcionarios de salud proporcionen al público perfiles de riesgo auténticos para las vacunas COVID de uso de emergencia.

Los perfiles de riesgo precisos permiten que los reguladores determinen si una intervención médica está causando más daño que bien y que los consumidores tomen decisiones racionales sobre su propio uso de un producto.

Los reguladores generalmente desarrollan evaluaciones de riesgo durante los ensayos preclínicos comparando los resultados de salud en individuos que reciben la intervención contra un grupo placebo. Estos estudios deben ser lo suficientemente grandes como para detectar lesiones raras y tener la duración suficiente como para revelar dolencias con largos horizontes de diagnóstico.

La existencia del grupo placebo hace que sea difícil ocultar lesiones ocurridas o atribuírselas erroneamente. Por el contrario, la ausencia de un grupo placebo en los sistemas de vigilancia posterior a la vacunación facilita que los funcionarios farmacéuticos y reguladores interesados cuenten a la baja las lesiones atribuyéndolas a coincidencias.

La coincidencia está resultando ser bastante letal para los receptores de la vacuna COVID.

Muerte por coincidencia

Poco después de informar de las muertes danesas y antes de cualquier autopsia, Tanja Eriksen, jefe interino de la Unidad de Farmacovigilancia de Dinamarca, dijo al periódico danés,EkstaBladet, que la Agencia Danesa de Medicamentos había determinado que la coincidencia probablemente mató a los dos ciudadanos daneses cuyas muertes siguieron a sus vacunas.

Uno de los muertos fue un ciudadano que tenía “enfermedad pulmonar grave”. La existencia de la comorbilidad sugería que la muerte era, por lo tanto, casual. El segundo ciudadano recibió la vacuna a una “edad muy avanzada”, y por lo tanto también expiró por coincidencia.

“Cuando se vacuna en grupos frágiles, uno espera que haya muertes”, explicó Eriksen,utilizando una lógica rara vez aplicada por los funcionarios de salud a las muertes por el virus COVID-19. “Esto sucederá independientemente de si están vacunados o no.”

Estas simples declaraciones —que las muertes y lesiones después de la vacunación son coincidencias no relacionadas— se están convirtiendo en un patrón.

El 20 de diciembre de 2020, World Today News informó de la muerte de un hombre de 85 años en Kalmar, Suecia, un día después de recibir la vacuna. El Dr. Mattias Alvunger, del Hospital Kalmar, desestimó las preocupaciones acerca de que la muerte estaba relacionada con la vacuna, mencionando el hecho de que se notificó a la Agencia Sueca de Productos Médicos como “rutinaria”.

El 1 de enero, Sonia Acevedo, una enfermera portuguesa de 41 años y madre de dos hijos, murió dos días después de recibir la vacuna Pfizer/BioNtech. Su padre le dijo al Daily Mail que nunca bebía alcohol y que estaba en perfecto estado de salud. Sin embargo, la Autoridad de Salud de Portugal desestimó su muerte como una triste coincidencia.

Israel también notificó dos muertes por la pandemia de coincidencias: una en un hombre de 75 años en Beit She’an, y la otra un hombre de 88 años. Ambos murieron dos horas después de la vacunación. Los funcionarios de salud israelíes advirtieron al público que no atribuyera las muertes a la vacuna.

En Lucerna, Suiza, un hombre de 91 años murió cinco días después de recibir la vacuna de Pfizer/BioNtech. Las autoridades suizas dijeron que cualquier conexión era “altamente improbable”.

El 3 de enero, el Dr. Gregory Michael,un ex obstetra de Miami y entusiasta del refuerzo de la vacuna COVID-19, murió de un accidente cerebrovascular hemorrágico después de recibir la vacuna de Pfizer/BioNtech. El Dr. Michael desarrolló púrpura de trombocitopenia idiopática aguda (PTI), un efecto secundario conocido de las vacunas, inmediatamente después de recibir el pinchazo. Su recuento de plaquetas bajó de 150.000 a cero y nunca repuntó.

Un ejército de expertos de todo el mundo, involucrados en el programa de vacunas, trabajaron aunando esfuerzos para restaurar el recuento de plaquetas del Dr. Michael. La inevitable hemorragia cerebral lo mató dos semanas después. La esposa de Michael dijo que la muerte de su marido estaba “100% relacionada con la vacuna. Agregó que estaba físicamente sano, que hacía ejercicio a menudo, rara vez bebía alcohol, nunca fumaba cigarrillos y no tenía comorbilidades conocidas.

Sin embargo, Pfizer desestimó las lesiones de Michael como otra triste coincidencia: “No creemos en este momento que haya ninguna conexión directa con la vacuna”. Pfizer señaló que la ITP también es causada por el exceso de alcohol y razonó que “no se han identificado señales de seguridad registradas en los ensayos de vacunación hasta ahora”.

El martes, el New York Times citó al Dr. Jerry Spivak, un experto en trastornos de la sangre de la Universidad Johns Hopkins, diciendo: “Creo que es una certeza médica que la vacuna estaba relacionada”.

Pero Pfizer/BioNtech no tenía fácil haber visto las señales de trombocitopenia en sus breves ensayos clínicos de pocos participantes. La trombocitopenia se produce en 1 de cada 25.000 a 40.000 dosis aproximadamente de la vacuna triple vírica (MMR por sus siglas en inglés). También es un efecto secundario igualmente raro, pero persistentemente notificado de las vacunas contra la hepatitis A,la tuberculosis, el VPH, la varicela, el DTaP, la poliomielitis y el HiB.

Una lesión que se produce con esa frecuencia probablemente no se vería en el ensayo clínico de Fase II de Pfizer/BioNtech porque sólo 22.000 personas recibieron la vacuna. Sin embargo, una lesión de esta gravedad que ocurre una vez en cada 25.000 inyecciones podría debilitar o matar a 12.000 de los 300 millones de estadounidenses a los que la compañía espera darle el pinchazo.

El público puede esperar ver más de estas artimañas estratégicas: Cuando un médico mexicano sano de 32 años fue hospitalizado con encefalitis —inflamación de su cerebro y médula espinal— después de recibir la vacuna Pfizer/BioNtech, Los médicos mexicanos desestimaron la lesión como no relacionada con la vacunación, razonando que la afección no había sido detectada en los ensayos clínicos de Pfizer/BioNtech.

Esta semana un asilo de ancianos de Auburn, Nueva York, informó, sin ninguna ironía aparente, que 32 de sus 193 residentes han muerto desde que la instalación comenzó a administrar la vacuna Pfizer el 21 de diciembre. La compañía afirma que sus clientes están muriendo de infecciones COVID-19, no de la vacuna.

Igualmente inquietante, es posible que otras muertes adicionales no se hayan notificado en absoluto.

Entre los muchos pacientes agradecidos del Dr. Michael estaba Tessa Levy, quien tenía una cita programada con él para el martes después de su muerte el 3 de enero. Michaels asistió el parto de los cuatro hijos de Tessa, salvando a uno de ellos con un magistral diagnóstico en un instante de una rara afección cardíaca que de otra manera habría matado al niño.

Tessa es la hija de mi amigo cercano, el famoso cirujano de Beverly Hills, el Dr. George Boris. “Era un tipo sano, fuerte y vigoroso”, me contó Tessa sobre Michaels. “Nunca mostró ningún problema de salud.”

En la víspera de Año Nuevo, el cuñado del Dr. Boris, Murray Brazner, también murió repentinamente, una semana después de recibir la vacuna Pfizer. Ni la compañía de vacunas ni ninguna agencia de salud se dieron cuenta de su repentina e inesperada muerte. “No se realizó ninguna autopsia, y su muerte no se registra como una lesión de la vacuna. Te da que pensar”, me dijo el Dr. Boris.

La muerte del Sr. Brazner ilustra un problema aún más grave: Muchas lesiones pueden estar escapando a la notificación por parte del sistema de vigilancia y por los medios de comunicación. Las historias similares a la tragedia del Dr. Brazner que no son notificadas ya son quejas comunes en las redes sociales.

El 2 de enero, Janice Hisle lamentó en Facebook que la madre de su amiga, una mujer de Ohio, murió después de recibir la vacuna. Según Hisle, la mujer desarrolló una fiebre alta horas después del pinchazo y murió un “par de días” después. “Estoy tan enojada por mi amiga”, comentó, “que está llorando porque a los familiares no se les permitió verla antes de que fuera vacunada. Ellos pensaban que la vacuna ‘abriría la puerta'”.

No pudimos encontrar ninguna mención de la muerte de la mujer de Ohio en los registros de los medios de comunicación o en los recuentos oficiales de muerte por vacuna COVID.

Se podría suponer que si las muertes después de la vacuna COVID-19 pueden ser fácilmente descartadas o ignoradas, las lesiones menores también escaparán a la notificación.

El ya demasiado familiar manual de estrategias de la propaganda de vacunas

La rutina de descartar reflexivamente muertes y lesiones sospechosas como no relacionadas con la vacunación no sólo pone en duda los datos oficiales de las lesiones de las vacunas, sino que también contrasta marcadamente con el hábito entre los funcionarios de salud pública de atribuir autoritariamente cada muerte a COVID-19 siempre y cuando el difunto diera positivo a COVID dentro de los 60 días de la muerte utilizando una prueba de PCR tristemente célebre por producir falsos positivos.

De hecho, la iniciativa de vacunas COVID de 48.000 millones de dólares comparte tres características definitorias con cada nueva vacuna introducida desde 1986:

1. Exageración sistemática del riesgo de la enfermedad objetivo. (las grandes industrias farmacéuticas, ‘Pharma’, llaman a este proyecto “Disease Branding,” marcado de la enfermedad)

2. Exageración sistemática de la eficacia de la vacuna.

3. Minimizar sistemáticamente los riesgos de las vacunas.

1. Exagerar el riesgo de enfermedad:

Las agencias reguladoras cuentan cada muerte como una muerte COVID, siempre y cuando el difunto diera positivo para COVID dentro de los 60 días de la muerte, sin importar que pudiera haber muerto en un accidente de motocicleta.

En septiembre, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (Centers for Disease Control and Prevention, CDC por sus siglas en inglés) admitieron que el 94% de las personas cuyas muertes los CDC atribuyeron oficialmente a COVID tenían otras enfermedades son las que en realidad podrían haberlas matado. El fallecido promedio tenía 2,8 comorbilidades. Sin embargo, en las tabulaciones oficiales de los CDC, los CDC siempre presumen que COVID-19 causó la matanza.

Pero como vemos en los ejemplos anteriores, cuando se trata de lesiones por vacunas COVID, la presunción opuesta rige: la comorbilidad es siempre la causa de la muerte, incluso cuando, como ocurre con el Dr. Michaels, no hay comorbilidades conocidas.

2. Exageración sistemática de la eficacia de la vacuna:

Pfizer promociona una tasa de eficacia del 95% en sus ensayos clínicos, pero esta es una medida sin sentido de “eficacia relativa” basada en una pequeña cohorte de 94 personas en el grupo placebo que obtuvieron casos leves de COVID durante los ensayos clínicos.

La eficacia “absoluta” o “real” de la vacuna durante los ensayos clínicos fue del 0,88%. Según el British Medical Journal, esto significa que las autoridades sanitarias deben administrar 155 vacunas para evitar un solo caso de COVID leve.

3. Reducir los riesgos de la vacuna:

El verdadero riesgo de lesión por vacunas seguirá siendo oscurecid por el hábito entre los funcionarios de salud pública de descartar rutinariamente las lesiones notificadas como no relacionadas con la vacunación.

Las prácticas de sobreestimar sistemáticamente la inocuidad de las vacunas, subestimar las muertes por vacunas y exagerar los riesgos de COVID-19 privan efectivamente al público de su derecho al consentimiento informado.

¿Y entonces qué sabemos realmente sobre el verdadero riesgo de las vacunas COVID-19?

A los funcionarios de salud pública y a los portavoces de la industria les gusta decir que los riesgos de lesiones graves por vacunación son “uno en un millón.” Sin embargo, en la primera semana de distribución, los estadounidenses tomaron 200.000 vacunas COVID notificaron 5.000 lesiones graves” (lo que significa que han tenido que faltar varios días al trabajo o han necesitado intervención médica).

Esta es una tasa de lesiones de 1 por cada 40 pinchazos. Esto significa que las 150 inyecciones necesarias para evitar un caso leve de COVID causarán lesiones graves al menos a tres personas.

Si los ensayos clínicos son buenos predictores, es probable que esa tasa aumente drásticamente después de la segunda inyección (los ensayos clínicos sugirieron que casi todos los beneficios de la vacunación COVID y la gran mayoría de las lesiones se asociaron con la segunda dosis).

No sabemos el verdadero riesgo de muerte por la vacuna, ya que los reguladores han hecho prácticamente invisibles cada muerte atribuyéndolas todas a la coincidencia.

El riesgo para 1 de cada 40 de “lesiones graves” por la vacuna COVID de Pfizer es consistente con lo que sabemos sobre otras vacunas.

Durante muchos años, el Departamento de Salud y Servicios Humanos de los Estados Unidos (‘U.S. Department of Health and Human Services’, HHS, por sus siglas en inglés) ha mantenido un sistema de vigilancia posterior a la concesión de licencias conocido como Sistema de Notificación de Eventos Adversos de Vacunas (‘Vaccine Adverse Event Reporting System’, VAERS, por sus siglas en inglés). Incluso los expertos del gobierno como el Cirujano General Dr. David Kessler reconocieron que VAERS es un fracaso abismal.

Sin embargo, sólo al aferrarse a este sistema “diseñado para fallar” los reguladores y la industria han mantenido su pretexto de que los perfiles actuales de riesgo de las vacunas son aceptables.

Un estudio de 2010 financiado por HHS concluyó que VAERS recopiló “menos del 1% de las lesiones”. En otras palabras, las tasas reales de lesiones de las vacunas obligatorias son ¡más de 100 veces lo que el HHS ha estado diciendo al público!

El estudio de HHS de 2010 encontró que el verdadero riesgo de eventos adversos graves era 26/1,000, o uno de cada 37.

Del mismo modo, los ensayos clínicos de Merck para Gardasil encontraron que una impactante mitad de todos los receptores de la vacuna sufrían de acontecimientos adversos, que Merck llamó eufemísticamente “nuevas condiciones médicas”, y que el 2,3% de los receptores de la vacuna (1 de cada 43) sufrían de enfermedad autoinmune dentro de los seis meses siguientes a la vacunación.

Del mismo modo, un estudio italiano reciente encontró que el 46% de los receptores de la vacuna (462 acontecimientos adversos por cada 1.000 dosis) sufrieron acontecimientos adversos, y el 11% de estos fueron calificados de “graves”, lo que significa que hay 38 eventos adversos graves por cada 1.000 individuos vacunados. Estos incluyen trastornos gastrointestinales graves y “serios trastornos neurológicos”. Esto equivale a una tasa de lesiones “graves” de 1/26.

Vera Sharav, superviviente del Holocausto, de la Alianza para la Protección de la Investigación Humana, ha observado que “todos los que reciben cualquiera de estas vacunas están participando en un vasto experimento médico”.

Los funcionarios de salud generalmente coinciden en que la concesión de”autorizaciónde uso de emergencia” a la implantación de tecnologías experimentales de vacunas con sólo unas pocas semanas de pruebas de seguridad, dos años antes de la finalización programada de las pruebas de Fase 2, es un gran experimento humano, que involucra a millones de sujetos.

Pero es poco probable que los investigadores vean todas las señales de seguridad si un sistema de vigilancia mal diseñado permite a los funcionarios de salud locales y a los empleados de la empresa la discreción de descartar cualquier lesión grave como no relacionada.