El Reino Unido anunció el miércoles que será el primer país en llevar a cabo ensayos clínicos en humanos en COVID-19, un tipo de estudio que requiere infectar deliberadamente a personas sanas con el virus potencialmente mortal.

El polémico estudio, el primero de este tipo sobre COVID, está orientado a comprender el virus, probar la eficacia de las vacunas actuales y acelerar el desarrollo de vacunas más recientes, según un comunicado de prensa del gobierno del Reino Unido.

Los defensores de la estrategia dicen que se trata de salvar vidas acelerando el desarrollo de vacunas y entendiendo el virus. Según The New York Times, científicos y bioéticos dicen que el riesgo de que el coronavirus “enferme gravemente o mate a voluntarios jóvenes y sanos, el tipo de personas que se planea infectar, es lo suficientemente bajo como para ser superado por la posibilidad de salvar decenas de miles de vidas”.

Pero los críticos de los ensayos clínicos en humanos sugieren que infectar a personas sanas con un virus potencialmente mortal, para el cual no hay cura, no es ético.

En un artículo de opinión publicado en noviembre, por ‘Proceedings of the National Academy of Sciences’, (PNAS), cinco expertos médicos dijeron que seguir adelante con los estudios clíncos en humano sobre COVID-19 no es ético.

Escribieron:

“Mientras que los defensores de estos estudios sugieren que tales estudios acelerarán el tiempo que se tarda en aprobar las vacunas, los hechos no apoyan estas afirmaciones. El HCS para hacer frente al SRAS-CoV-2 se enfrenta a desafíos éticos inaceptables y, además, emprenderlos haría un flaco favor al público al socavar la confianza en el proceso de desarrollo de vacunas, la cual ya está muy forzada .”

Hasta ahora, miles de voluntarios se han inscrito para los ensayos clínicos en humanos COVID del Reino Unido a través de ‘1 Day Sooner’ (Un día antes), un grupo de defensa de Estados Unidos que “presiona para que los ensayos clínicos en humanos aceleren el desarrollo de vacunas”.

Así es como funcionará el estudio

Como informó CBS News, 90 voluntarios de entre 18 y 30 años participarán en el estudio inicial, que se llama estudio de caracterización, donde los científicos administrarán pequeñas gotas del virus SARS-CoV-2 en las fosas nasales de participantes no vacunados para determinar la mínima cantidad necesaria para causar infección.

Según WIRED, los investigadores aumentarán gradualmente la dosis con cada grupo de voluntarios para determinar la cantidad más pequeña que desencadena la infección en la mayoría de las personas. Esto se evaluará midiendo el virus que sale de la nariz de los participantes, conocido como “desprendimiento viral”.

A continuación, los participantes harán cuarentena en un hospital durante 14 días y serán monitoreados diariamente por un equipo médico para determinar cómo responde el sistema inmunitario y si ciertos factores influyen en la transmisión del virus.

Durante esta primera fase de investigación, los científicos utilizarán la versión del virus que circula en el Reino Unido desde el comienzo de la pandemia.

Una vez que los investigadores hayan determinado la menor cantidad de virus necesaria para desencadenar la infección, se realizarán estudios posteriores con vacunas aprobadas. Los científicos esperan vacunar a pequeños grupos de personas y luego introducirlas en COVID, basándose en la “menor cantidad” necesaria para infectarlas, según se determinó durante el ensayo inicial. A continuación, controlarán a los sujetos con la esperanza de determinar qué vacunas son más eficaces.

No está claro cómo los reguladores estadounidenses o europeos evaluarán los resultados o si estos estudios realmente acelerarán el proceso de aprobación de la vacuna, según el Times.

Sin cura para COVID, ¿son éticos los ensayos en humanos?

La idea de los ensayos clínicos en humanos ha sido recibida con tibia recepción por algunos fabricantes de vacunas, incluyendo Johnson & Johnson y Moderna.

El Dr. Paul Stoffels, director científico de Johnson & Johnson, dijo al Times que “consideraría los ensayos clínicos en humanos sólo si se dispusiera de un tratamiento” y que “los ensayos tradicionales de fase 3 proporcionarían más información de seguridad”.

El Dr. Tal Zaks, director médico de Moderna, ya está trabajando en ensayos de fase 3 y dijo que el problema probablemente sería más relevante para las vacunas que se están desarrollando más despacio que la vacuna de Moderna. “Si hubiera un modelo disponible, lo miraríamos, pero odiaríamos poner a la gente en peligro”, dijo en una entrevista.

Pero el fabricante de la polémica vacuna AstraZeneca-Oxford dijo que planea hacer un ensayo clínico en humanos para finales de año para probar la eficacia de la vacuna. El Dr. Adrian Hill, director del Instituto Jenner de la Universidad de Oxford, dijo al Times: “Los ensayos serían aceptables, incluso sin tratamiento” y “estos estudios son una buena manera de comparar las vacunas”.

Aunque en el pasado se han realizado ensayos clínicos en humanos para vacunas contra el paludismo, el cólera, la fiebre tifoidea y la gripe, el COVID-19 es diferente porque no hay terapia de rescate para tratar a los infectados y la enfermedad no se autolimita, dijeron los autores del artículo de opinión del PNAS.

Al informar esta semana sobre el estudio del Reino Unido, la revista TIME señaló que cuando los voluntarios desarrollaron el cólera durante los ensayos clínicos en humanos para la vacuna contra el cólera recientemente aprobada, se trataron casos graves con antibióticos, un tratamiento probado. Sin cura conocida para el COVID-19, los científicos británicos se encuentran en un territorio ético desconocido.

La Dra. Kirsten Lyke, profesora de medicina en la Universidad de Maryland dijo a TIME:

“Hay tratamientos para ellos [malaria, cólera e gripe]. Así que después de exponerse a la enfermedad en el ensayo, si los voluntarios se enfermaran mucho, podrían ser tratados rápidamente”.

Algunos críticos de los ensayos clínicos en humanos COVID argumentan que incluso si los estudios aceleran el desarrollo de vacunas, la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (‘U.S. Food and Drug Administration’, FDA por sus siglas en inglés), si sigue sus estándares de aprobación de vacunas, no considerará los datos de los estudios en sus decisiones para conceder la licencia. Los ensayos clínicos en fase tardía inscriben a miles de participantes y representan adecuadamente a los ancianos y a las personas con comorbilidades, que están excluidos de los ensayos clínicos en humanos.

El uso de un ensayo clínico en humanos para determinar las muertes evitadas depende de la premisa de que los grupos de alto riesgo se pongan una vacuna eficaz antes. Sin embargo, las directrices para el estudio del Reino Unido recomiendan inscribir sólo a adultos jóvenes y sanos. Esto reduce los riesgos al hacer este tipo de estudios, pero pone en peligro los resultados. Todavía se necesitarían más ensayos de vacunas utilizando una metodología estándar para garantizar la seguridad y la eficacia de aquellos que no se ajusten a los criterios de inclusión de los participantes en el ensayo, dijeron los críticos.

En el pasado, los ensayos en humanos no han salido bien

Aunque los ensayos clínicos en humanos realizados en el pasado han dado información importante para la comunidad científica, estos polémicos experimentos en humanos han planteado serias preguntas éticas sobre los ensayos clínicos en humanos para las vacunas COVID. Sigue en tela de juicio si es correcto arriesgar la salud de unos pocos en beneficio de muchos.

Por ejemplo, la revista Smithsonian informó cómo el patólogo Walter Reed, en 1898, quería averiguar cómo se propagó la fiebre amarilla y cómo detenerla. Primero permitió que unos mosquitos picaran a los pacientes con fiebre amarilla y luego expuso a los mosquitos infectados a voluntarios sanos.

Uno de los científicos que dirigía el estudio murió cuando fue picado accidentalmente. Aunque los resultados confirmaron que los insectos causaban fiebre amarilla y el primer virus fue aislado, estudios posteriores resultaron en numerosas muertes, ya que Reed infectó a los participantes, sin saberlo, con una cepa más virulenta. Más tarde se descubrió que los participantes eran vulnerables y no estaban plenamente informados de los riesgos.

El controvertido Estudio de Sífilis de Tuskegee, frecuentemente conocido como el Experimento Tuskegee, fue llevado a cabo por el Servicio de Salud Pública de Estados Unidos, a partir de 1932. El estudio reclutó a 600 hombres afroamericanos. El objetivo era observar la historia natural de la sífilis no tratada en la población negra, pero a los sujetos se les dijo que estaban recibiendo tratamiento por “mala sangre”. Sólo la mitad de los participantes recibieron algún tipo de tratamiento, que incluía dosis de arsénico tóxico y mercurio. El resto no recibió ningún tratamiento.

En lugar de observar la progresión natural de la sífilis, los investigadores de Tuskegee mintieron a los participantes y les impidieron buscar atención que les salvara la vida cuando se disponía de una cura segura y fiable. Sólo dos tercios de los hombres realmente tenían la sífilis. Cuando el estudio se vio obligado a terminar, 40 años más tarde, sólo el 74% de los participantes con sífilis habían sobrevivido.

Aunque el Experimento Tuskegee involucró a individuos que ya estaban enfermos, otros experimentos implicaban exponer a personas sanas a enfermedades mortales. De 1955 a 1970, el médico pediátrico Saul Krugman llevó a cabo un monstruoso experimento sobre niños con discapacidad mental en la Escuela Estatal Willowbrook para desarrollar vacunas contra la hepatitis.

Estos experimentos implicaban infectar a más de 50 niños sanos con hepatitis para determinar cuánto tiempo tardarían los niños en mostrar síntomas y cómo respondería su sistema inmunitario.

Krugman justificó los riesgos porque la cepa no era grave: los niños probablemente se infectarían de todos modos y el experimento beneficiaría a otros. Aunque los resultados diferenciaron las cepas de hepatitis A y B y aceleraron el desarrollo de la vacuna contra la hepatitis B, los resultados se replicaron durante ese mismo período de tiempo mediante el análisis de muestras de sangre de adultos ya infectados.

En 1966, el anestesiólogo Henry Beecher publicó un ensayo histórico con 22 ejemplos de investigación poco ética en humanos a pesar de la creación de directrices internacionales de experimentación humana — la Declaración de Helsinki en 1964 y el Código de Núremberg.

El Código de Núremberg es el punto de referencia de la ética médica y de investigación que sirve como una lista paralela a la de los derechos humanos en el ámbito de la investigación médica. Promulgado en 1947 en Núremberg, Alemania, el código fue desarrollado en respuesta a los horrores de la experimentación humana realizado por médicos nazis en campos de concentración.

El Código de Núremberg detalla un conjunto de reglas de 10 puntos para la realización de experimentos en humanos. Especifica que los experimentos deben diseñarse y basarse en los resultados de la experimentación con animales, que deben evitar todo el sufrimiento físico y mental necesario y las lesiones, y que “no se debe llevar a cabo ningún experimento donde haya […] razón para creer que puede ocurrir la muerte o alguna lesión incapacitante; excepto, tal vez, en aquellos experimentos donde los médicos que hacen el experimento también sirven como sujetos.”