Los comprados, descerebrados y cegados medios de comunicación estadounidenses arremeten contra el senador Ron Johnson (republicano de Wisconsin) por su observación de que el Dr. Anthony Fauci “exageró” el peligro del VIH durante la década de 1980.

“[El Dr. Fauci] creó todo tipo de miedo, diciendo que podría afectar a toda la población cuando no es así”, dijo Johnson durante una entrevista el 1 de diciembre con el presentador de “Fox News” Brian Kilmeade en el “Brian Kilmeade Show”.

La salud pública es ahora una religión, y la “apelación a la autoridad” ha sustituido a la aportación de citas, al empirismo científico y al debate como fuente de la verdad.

La prensa trata los dictámenes del Dr. Fauci con una infalibilidad que daría envidia a los Papas medievales.

Subsumidos en esta ortodoxia, los medios de comunicación han sido cómplices de la desastrosa mala gestión de la pandemia por parte del Dr. Fauci: aunque cuenta con el 4,2% de la población mundial, Estados Unidos, bajo el régimen del Dr. Fauci, acumuló el 20% de las muertes mundiales por COVID.

Los medios de comunicación también encubrieron las atrocidades históricas del Dr. Fauci del mismo modo que los periódicos de Boston encubrieron los escándalos de pederastia de la Iglesia Católica en los años 90.

Cualquiera que se moleste en examinar la historia encontrará que la afirmación del senador Johnson es acertada.

Tal como relato en mi libro,“The Real Anthony Fauci, Bill Gates, Big Pharma, and the Global War on Democracy and Public Health” (“El verdadero Anthony Fauci, Bill Gates, las grandes farmacéuticas y la guerra global contra la democracia y la salud pública”), para 1983 exagerar los temores del público a las pandemias se había convertido en un reflejo innato del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas (“National Institute of Allergy and Infectious Diseases”, NIAID por sus siglas en inglés), y que el primer instinto del Dr. Fauci como zar nacional del SIDA había sido avivar el terror al contagio.

Se convirtió en un villano entre los activistas del SIDA con un artículo alarmista publicado en 1983 en el “Journal of the American Medical Association” en el que advertía de que el SIDA podía propagarse por contacto casual.

En aquel momento, el SIDA era casi exclusivo de los consumidores de drogas intravenosas y de los varones que mantenían relaciones sexuales con otros varones, pero el Dr. Fauci advirtió incorrectamente de “la posibilidad de que el contacto estrecho rutinario, como dentro de un hogar familiar, pueda propagar la enfermedad.” Dado que “la transmisión no sexual y no sanguínea es posible”, escribió Fauci, “el alcance del síndrome puede ser enorme”.

En su historia de la crisis del SIDA, “And the Band Played On” (“Y la banda siguió tocando”), el autor, Randy Shilts, informó de que el principal experto en SIDA del mundo, Arye Rubinstein, estaba “pasmado” por la “estupidez” de Fauci porque su declaración no reflejaba los conocimientos científicos actuales.

Las mejores pruebas científicas sugerían que la infectividad del VIH, incluso en el contacto íntimo, era tan insignificante que era incapaz de mantener una epidemia general.

Sin embargo, la respuesta reflexiva del Dr. Fauci fue amplificar el pánico generalizado a la temible peste que, naturalmente, magnificaría el poder de Fauci, elevaría su perfil y expandiría su influencia. Ampliar el terror a las enfermedades infecciosas era ya una respuesta reflejo arraigada en el NIAID.

En 1987, el “Wall Street Journal” ganó un premio Pulitzer por su investigación sobre una trama del Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos que sus redactores caracterizaron como una campaña deliberada de los funcionarios para tergiversar el SIDA como una pandemia generalizada con el fin de asegurar una mayor financiación pública y apoyo financiero.

El engaño funcionó. Resulta que el terror a la peste es un impulso potente, y Fauci era un experto en convertirlo en un arma – y, rápidamente aprendió que otras “autoridades respetadas” seguirían su ejemplo.

Tras la profecía alarmista del Dr. Fauci, Theresa Crenshaw, de la Comisión Presidencial del SIDA, hizo la asombrosa predicción de que en 14 años moriría el doble de personas que entonces en el planeta por infecciones letales:

“Si la propagación del SIDA continúa a este ritmo, en 1996 podría haber mil millones de personas infectadas; cinco años después, hipotéticamente diez mil millones”. Crenshaw se preguntó: “¿Podríamos estar enfrentándonos a la amenaza de extinción durante nuestra vida?”.

Los funestos augurios de Crenshaw nunca se materializaron. En 2007, la Organización Mundial de la Salud estimó que sólo 33,2 millones de personas en todo el mundo eran seropositivas.

Las curvas de prevalencia del VIH basadas en los propios datos de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (“Centers for Disease Control and Prevention”, CDC por sus siglas en inglés) muestran que, al menos en Estados Unidos el VIH no se ha extendido en absoluto desde que las pruebas estuvieron disponibles por primera vez, manteniéndose obstinadamente en los mismos niveles en relación con la población.

El programa de Oprah emitió el posterior pronóstico de Crenshaw de que “Para 1990, uno de cada cinco heterosexuales podría morir de SIDA”.

Afortunadamente, este pronóstico también era hiperbólico. Según los datos de los CDC, aproximadamente uno de cada 250 estadounidenses es seropositivo. Fuera de los grupos de riesgo, esta cifra se reduce a una de cada 5.000, es decir, una 1/1.000 parte del augurio de Crenshaw.

La histeria que siguió a la predicción distópica de Fauci llevó a “Der Spiegel” a advertir que las infecciones de SIDA exterminarían por completo a la población alemana para 1992. Al año siguiente (1985), la revista “Bild Der Wissenschaft” también pronosticó la pronta extinción de la raza teutona.

Una profecía de “Newsweek” de 1986, algo menos exuberante, hablaba de entre 5 y 10 millones de estadounidenses infectados de forma letal para 1991. El augurio de “Newsweek” se equivocó en un múltiplo de 10: desde entonces, las autoridades estadounidenses sólo han identificado un millón de infecciones por el VIH.

Los embellecimientos promovidos por el Dr. Fauci convirtieron rápidamente a los seropositivos en el equivalente moderno de los leprosos. La paranoia del SIDA por contacto no sexual persistió durante años. En Nueva York, en 1985, por ejemplo, el 85% de los alumnos de una escuela primaria pública se quedaron en casa durante la semana de apertura, mientras que cientos de padres exigieron al sistema escolar que prohibiera a los niños seropositivos asistir a clase.

La administración Reagan hizo ilegal la entrada de personas con SIDA en Estados Unidos. El gobierno cubano puso en cuarentena a las víctimas del SIDA en modernas colonias de leprosos. Los activistas del SIDA acusaron al Dr. Fauci de provocar la respuesta “irracional y punitiva” que siguió a sus histéricas declaraciones.

Un año más tarde, el creciente furor por su afirmación obligó al Dr. Fauci a reconocer que las autoridades sanitarias nunca habían detectado un caso de la enfermedad propagado por “contacto casual”.

Está más allá de toda discusión que entre los 100 senadores estadounidenses, de ambos partidos políticos, sólo uno -Ron Johnson- ha tenido el valor de defender a los estadounidenses que sufren lesiones por vacunas frente a las empresas farmacéuticas abusivas.

Ese historial ha convertido a Johnson en un peligroso hereje para el sumo sacerdote del cártel médico y sus acólitos mediáticos. Hay que quemar a los herejes.