En medio de la creciente devastación socioeconómica causada por las restricciones COVID-19, un campo, lamentablemente, está en auge: la salud mental. Muchos profesionales de la salud mental están informando de que hay unaalta demanda y números récord de casos,que incluyen más clientes jóvenes los cuales necesitan ayuda para hacer frente a la convergencia sin precedentes del miedo, la incertidumbre, la interrupción de la rutina, el aislamiento físico y social, el aumento del tiempo en espacios cerrados y el estrés de los padres.

Los expertos y los padres expresan su preocupación por el hecho de que COVID-19 pueda tener repercusiones perjudiciales a largo plazo para los jóvenes. Muchos niños ya están presentando signos de trastorno de estrés postraumático (TEPT), un síndrome típicamente asociado con situaciones como guerras, desastres naturales o abuso físico o sexual. Los síntomas del TEPT (PTSD por sus siglas en inglés) incluyen un aumento de los pensamientos y sentimientos negativos, problemas para dormir o concentrarse, y “sentirse más en guardia o inseguro”. Los expertos en traumas sugieren que el costo de la pandemia en el ámbito de la salud mental puede ser“mucho mayor que cualquier trauma masivo anterior”, incluso superando el impacto psicológico de “traumas a gran escala como el huracán Katrina, el 11 de septiembre o los disturbios de Hong Kong”. Lo que es peor, mientras que un desastre natural está “limitado a un momento y lugar específicos”, la pandemia de coronavirus está “en todas partes, y no parece tener una fecha límite”.

Los expertos están dispuestos a admitir que la angustia actual de los niños es un problema grave, pero pocos parecen dispuestos a debatir la solución más obvia, que es poner fin a los confinamientosdemostrablemente injustificados, los cierres de escuelas, los edictos y la propagación del miedo que están demostrando ser tan perjudiciales para las psiques infantiles. En su lugar, un psiquiatra infantil de Yale que reconoce que ha habido “un aumento constante en el porcentaje de padres que se preocupan por la salud mental de sus hijos” sólo tiene una sugerencia: que los padres deberían “malcriar” a sus hijos pequeños y ser tolerantes con las “travesuras” de los niños hasta“después de la vacuna” y luego volver a esperar un mejor comportamiento.

Estudios alarmantes, intensificación del estrés

Los investigadores de salud mental comenzaron a documentar que se disparó la ansiedad y la depresión entre los niños casi tan pronto como comenzaron a imponerse las medidas de aislamiento social, enmascaramiento y el distanciamiento físico. En un estudio basado en Wuhan en el Journal of the American Medical Association (JAMA), sólo un mes de confinamiento en el hogar duplicó los niveles de ansiedad de los escolares chinos (del 9% al 19%), lo que provocó la conclusión de los investigadores de que “las enfermedades infecciosas graves pueden influir en la salud mental de los niños como lo hacen otras experiencias traumáticas”.

En los Estados Unidos, un estudio de octubre publicado en Pediatría indicó que tres meses de restricciones (de marzo a mayo) tuvieron un impacto similar en los niños, así como en sus padres. Uno de cada cuatro padres estadounidenses (27%) declaraon percibir una disminución en su propia salud mental, y alrededor de uno de cada siete (14%) una disminución correspondiente en la salud conductual de sus hijos.

Al comentar el estudio, un psiquiatra infantil y adolescente en Virginia especuló que la encuesta podría representar “la punta del iceberg”, señalando que: “Cada una de las capas de protección para el bienestar de los niños ha ido siendo debilitada o eliminada por la pandemia.” Según este psiquiatra, los “amortiguadores” más cruciales son los padres, pero en un estudio canadiense que recogió datos a principios de mayo, siete de cada 10 madres embarazadas y ya después del parto informaron que sufrían ansiedad, y cuatro de cada diez, depresión. Los niños también han sido separados de recursos comunitarios vitales que normalmente forman “capas adicionales de protección”: iglesias, oportunidades recreativas y escuelas. En abril, más del 90% de los estudiantes matriculados en el mundo se habían visto afectados por el cierre de escuelas.

Poniendo el foco en los adolescentes y jóvenes adultos de América del Norte, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades informaron recientemente que durante el mes de junio, tres cuartas partes de los jóvenes de 18 a 24 años dieron noticia de al menos una condición adversa de salud mental o conductual, y una de cada cuatro personas había considerado seriamente el suicidio ese mes. En una encuesta canadiense,casi tres de cada cinco adolescentes de 15 a 17 años (57%) calificaron su salud mental como “algo peor” o “mucho peor” que antes de que comenzara el distanciamiento físico, mientras que la proporción de jóvenes de 15 a 24 años que calificaron su salud mental como “excelente” o “muy buena” fue 20% menor que en 2018. Investigaciones canadienses adicionales encontraron que los chicos de 10-17 años “principalmente e intensamente” declaran sentirse aburridos y solos.

Del mismo modo, hay tendencias preocupantes que son evidentes en todo el estanque, donde, pasado sólo un mes del confinamiento del Reino Unido (como se informó en julio en “The Lancet”), los jóvenes de 16 a 24 años mostraron grandes aumentos en los niveles ya altos de angustia mental clínicamente significativa, del 24,5% del año anterior al COVID-19 al 37% en abril de 2020. Los padres de niños en edad preescolar eran un segundo grupo que experimentaba un fuerte aumento de la angustia mental, una tendencia que no es un buen augurio para los niños pequeños. Además, como los autores del estudio del Reino Unido se esforzaron en mencionar, sus resultados capturaron sólo un mes de restricciones:

“A medida que se desarrollan las consecuencias económicas del confinamiento, cuando los permisos, licencias o ERES se conviertan en despidos, [layoffs]cuando se acaben las vacaciones hipotecarias [suspension of payments] y la recesión entre en vigor, creemos que es razonable esperar no sólo angustia sostenida y deterioro clínicamente significativo de la salud mental para algunas personas, sino también la aparición de efectos a largo plazo en la salud mental que ya han sido bien descritos a consecuencia de la recesión económica, incluido el aumento de las tasas de suicidio y los ingresos hospitalarios por enfermedades mentales”.

Haciéndose eco de esta expectativa, una encuesta escocesa realizada en octubre para el Día Mundial de la Salud Mental encontró que un tercio (32%) de los padres percibieron la salud mental de sus hijos, desde COVID-19, como“peor que nunca”,y el 37% notificó un grave deterioro de su propia salud mental.

Sacrificios por la tecnología remota

COVID-19 ha llevado la telemedicina a“un exceso”,cambiando significativamente el lugar y el modo en el que los profesionales de la salud mental proporcionan servicios. A medida que las clínicas comunitarias de salud mental y los recursos de las escuelas y del lugar de trabajo cierran sus puertas o suspenden sus servicios, los psiquiatras y terapeutas independientes y de agencia recurren a sesiones realizadas por teléfono, videoconferencia, plataformas de telesalud o aplicaciones de eTherapy.

Una encuesta de junio realizada por la Asociación Americana de Psicología encontró que desde COVID-19, sólo el 3% de los psicólogos están realizando todas sus citas en persona, con otro 16% usando una mezcla de sesiones presenciales y remotas. Dejando a un lado el modelo terapéutico cara a cara, de larga tradición que fue iniciado por figuras pioneras como Carl Jung, tres cuartas partes de los psicólogos y terapeutas “proporcionan únicamente servicios remotos”.

Los profesionales de la salud mental parecen en general estar entusiasmados con el potencial de la terapia a distancia como una“herramienta para los tiempos”,aunque algunos informan que “un día de terapia de zoom” puede ser agotador mentalmente de una manera que la terapia en persona no lo es. Con una escasez de estudios que ofrezcan resultados medibles comparando la telesalud con las visitas al consultorio, se trata de una pregunta abierta saber si el modelo es apropiado o eficaz para los niños traumatizados y especialmente para los niños con necesidades especiales.

Los investigadores señalaron hace años que la telemedicina puede conducir a una”ruptura de la relación entre el profesional de la salud y el paciente.” Los médicos que trabajan en la época de COVID-19 están de acuerdo no sólo en que la relación con los pacientes es “extremadamente importante”, sino que son más capaces de captar “matices y signos sutiles” en persona. Reconociendo los desafíos en el hogar, como el agotamiento de la pantalla, la distracción y las barreras tecnológicas, un experto que trabaja en un centro de consejería de gran volumen ha declarado que la telesalud “es un gran recurso cuando lo necesitas, pero no es lo mismo que en persona”. [telehealth]

Forzar a los niños a otra interacción mediada por la tecnología también aumenta la cantidad de tiempo que pasan ante las pantallas. El paradigma de aprendizaje remoto activado por COVID-19 ya ha dado lugar a un aumento de casi el 500% en el tiempo de los niños en línea, unas seis horas al día, gran parte de ellos sin supervisión, con los riesgos que conlleva para la salud física, así como para la salud emocional y la privacidad.

Con respecto a la privacidad, mientras que los promotores de estas medidas celebran la oportunidad de que los teleterapeutas puedan “ver a los pacientes en su propio entorno”,esto también representa una intrusión digital sin precedentes en el entorno hogareño sacrosanto. Dado el hecho de que funcionarios de salud pública nacionales e internacionales han debatido públicamente la posibilidad de llevarse a las personas, incluidos los niños, de sus hogares para la cuarentena del coronavirus, y dado que también se ha sabido que los Servicios de Protección Infantil separan innecesariamente a los niños de sus padres, las familias podrían querer considerar las ramificaciones de permitir este tipo de acceso íntimo.

Detener la locura

Un proyecto de mayo de 2020 del Foro Económico Mundial afirmó que “COVID-19 está perjudicando la salud mental de los niños” y advirtió que “los altos niveles de estrés y aislamiento pueden afectar el desarrollo cerebral, a veces con consecuencias irreparables a largo plazo”. Irónicamente, el Foro es una de las principales animadoras del“reseteo”económico global que está causando tales dificultades a los niños y sus familias.

Lo que los responsables políticos y los líderes de salud pública se han negado a reconocer es que “cada decisión que tomamos en respuesta a la pandemia … refleja una elección y lleva consigo un conjunto de costos.” En esta coyuntura, pocos discutirían que los costos para los niños han sido, con mucho, demasiado altos o que es probable que los efectos reverberen, ya sea a nivel individual, familiar, comunitario o social, durante muchos años.