Julie Gamble tenía una vida plena: una carrera estable, libertad para viajar y tres hijos y un nieto a los que cuidar y querer.

Pero esa vida se vio alterada en la primavera y el verano de 2021, cuando Gamble desarrolló reacciones adversas graves tras recibir la serie primaria de dos inyecciones de la vacuna COVID-19, lo que tuvo como consecuencia que perdiera su trabajo.

Gamble, que ahora tiene 53 años, habló con “The Defender” sobre las lesiones que sufrió a causa de las vacunas, los síntomas y problemas que sigue padeciendo, las continuas dificultades para encontrar médicos dispuestos a tratarla y a clasificar sus síntomas como relacionados con las vacunas, y el papel de apoyo que han tenido en su vida los grupos en línea para personas dañadas por vacunas.

“The Defender” revisó documentación y pruebas fotográficas que verificaban las afirmaciones de Gamble como paso para publicar su historia.

Me sentía muy, muy cansada… cansada como de una anestesia”.

A Gamble, que vive en Ontario (Canadá), se le administró la primera dosis de la vacuna COVID-19 de Pfizer-BioNTech el 17 de mayo de 2021. Para la segunda dosis, se le administró la vacuna Moderna el 18 de julio de 2021.

Los síntomas aparecieron casi inmediatamente después de la primera dosis:

“Llegué a casa y estaba muy, muy cansada. Parecía un cansancio como de una anestesia, no sentía un cansancio “normal”.

“Me había salido un sarpullido por todo el cuerpo. Me picaba y se me hinchaban los párpados. Recuerdo que me picaban mucho las plantas de los pies, más que en ninguna otra parte, y sudaba profusamente. Empecé a tener calambres en las pantorrillas. Por supuesto, bebía mucha agua. Recuerdo que perdí la visión del ojo derecho”.

Variaciones de los síntomas duraron aproximadamente una semana después de su primera dosis. Llamó a un farmacéutico que le dijo que tomara un antihistamínico y que, “si se me empezaba a hinchar la lengua, fuera a urgencias”.

Poco después, Gamble desarrolló otros síntomas, como debilidad en los tobillos y frecuencia cardiaca fluctuante.

“También recuerdo que llevaba mi Fitbit. Entraba en el trabajo y comprobaba mi frecuencia cardiaca, que a veces era de 140 y luego bajaba a la normalidad, unas 70 pulsaciones por minuto. Me sentaba y me sentía un poco raro, miraba mi Fitbit y mi ritmo cardíaco se disparaba y luego volvía a bajar. Y dejé de llevarlo porque supuse que mi Fitbit estaba roto”.

Los calambres en las piernas fueron empeorando, pero Gamble los atribuyó a la deshidratación porque donde trabajaba “hacía bastante calor, y por eso pensé que era lo que estaba pasando”.

‘Me sentí obligada por la culpa’ a ir a que me administrasen la segunda dosis

Gamble dijo que sus reacciones a la inyección de Pfizer le hicieron “recelar” de ir a que le administrasen una segunda dosis; incluso su farmacéutico se lo desaconsejó.

“Hablé con el farmacéutico y le conté lo que me había pasado y los calambres musculares”, explica Gamble. Su farmacéutico le recomendó que acudiera a un inmunólogo antes de administrarle la segunda inyección.

Sin embargo, el médico que atendió a Gamble fue mucho menos comprensivo:

“No tenía médico de cabecera, así que fui al hospital pensando que la recepcionista o alguien me daría cita con un inmunólogo.

“En lugar de eso, me pusieron en una sala de espera. Vi a un médico y me dijo desde el principio que no me iba a dar una exención, que no me iba a dar cita con un inmunólogo. Me dijo que tomara un antihistamínico y que estaría bien”.

Una combinación de “nudging” (’empujoncitos’) de su médico y las estrictas restricciones canadienses relacionadas con el COVID-19 llevaron a Gamble a seguir adelante con la segunda dosis, especialmente después de que su médico la sermonease sobre “ser una buena ciudadana y no matar a la gente”, dijo.

“Así que me sentí obligada, y sabía que no podría salir de Canadá a menos que estuviera completamente vacunada”.

El farmacéutico de Gamble se sintió incómodo al administrar la segunda dosis, pero fue adelante siguiendo la recomendación del médico. Aunque esta vez Gamble no desarrolló erupción cutánea, sí volvió a experimentar fatiga y visión borrosa.

“Me sentí como, vale, voy a dormir la mona. Y una vez más, al cabo de unos tres días empecé a sentirme un poco mejor. Pero entonces empezaron a caérseme las cosas por todas partes. Al principio, me pareció raro.

“Pero entonces me di cuenta de que mi sentido de la percepción estaba alterado. Iba a abrir una puerta y donde creía que estaba la puerta, mi mano estaba a cinco centímetros de la puerta. Empecé a tener zaps cerebrales. Aun así, intentaba trabajar, así que estaba en el trabajo e intentaba escribir un informe y apenas podía sostener el bolígrafo. Tenía calambres en las manos”.

Gamble también notó dificultad para hablar y cambios en su capacidad para tragar alimentos. “En ese momento, decidí que obviamente no podía ir a trabajar. Y noté que los músculos empezaban a atrofiarse entre el dedo meñique y el anular”.

Un neurólogo de su hospital local, el “London Health Sciences Centre” de Londres (Ontario), “me miró las manos y dijo: ‘Aquí pasa algo'”. La ingresó para pasar la noche.

Sin embargo, por la mañana, otro médico desestimó sus preocupaciones, diciéndole que “doblaba demasiado los brazos”. Entonces pidió cita con un médico al que había acudido durante una reacción adversa anterior a la medicación. Pero para entonces, su estado se había deteriorado aún más.

“Estaba perdiendo los músculos rápidamente”, dijo Gamble. “En dos meses, pasé de tener unas manos de aspecto normal a unas manos completamente esqueléticas. Los músculos de mis brazos empezaron a atrofiarse, [y] en mis pies detrás de las rótulas. Realmente podía sentirlo. No tenía equilibrio. Tenía la tensión baja”.

Intentar obtener un diagnóstico “ha sido un infierno”

Durante una de varias visitas al hospital, Gamble dijo que los médicos fueron especialmente deshonestos con ella.

“Uno de los médicos me dijo que a algunas personas les da el síndrome de Guillain-Barré y que me iba a hacer un chequeo. Así que me hizo análisis de sangre”. Pero Gamble se enteró más tarde de que esa ni siquiera es la prueba correcta para detectar el Guillain-Barré.

“Tienen que hacerlo con una punción lumbar”, dijo. “Tengo la sensación de que todos los médicos que he visto tenían un motivo para intentar inventarse algo distinto a que era por la vacuna”.

Gamble sigue teniendo problemas para encontrar un médico dispuesto y capaz de tratarla, y una medicación que sea eficaz y no le provoque más reacciones adversas.

Mientras tanto, se enfrenta a múltiples problemas de salud. “Intentar llegar al fondo de lo que está pasando ha sido un infierno”, afirmó.

Desde entonces ha encontrado un médico de familia que le recetó prednisona, pero Gamble dijo que tuvo una reacción “horrible” a ella. “Mis manos se pusieron azules, mi lengua se puso azul, estaba teniendo zaps cerebrales. Me estaba desmayando y mi marido me llevó al hospital”.

Los médicos dijeron entonces a Gamble que tenía la enfermedad de Raynaud, pero “no la tengo porque [los síntomas se daban] en ambos lados de las manos y en la lengua”, dijo.

Añadió:

“Me mandaron a casa así. En un momento dado intenté pedir ayuda y no pude. Supongo que le envié un mensaje a mi marido, pero era un galimatías. Llegó a casa pensando que había tenido un derrame cerebral. Me llevó al hospital, me hicieron un TAC y todo salió normal. Por lo visto, mis análisis de sangre salen normales”.

El sistema sanitario canadiense, junto con las restricciones del país relacionadas con la COVID-19, ha dificultado incluso la obtención de tratamiento, afirma Gamble.

“Estoy intentando averiguar qué ha pasado y estoy intentando conseguir atención médica”, dijo Gamble, “pero me encuentro con obstáculos por todas partes. Pensé que tal vez podría empezar fisioterapia, pero en Canadá hay que tener 16 años o menos, o 65 o más, para tener derecho a fisioterapia gratuita.”

Gamble dijo que la presión ejercida sobre los médicos para que miren hacia otro lado cuando se trata de posibles casos de lesiones por vacunas, y “todo un drama médico”, ha sido “frustrante”.

Un médico neuromuscular que trabajó anteriormente en el Centro de Ciencias de la Salud de Londres confió a Gamble que “tuvo problemas” con el Real Colegio de Médicos y Cirujanos de Canadá por redactar exenciones de vacunación COVID-19. “Así que tiene las manos atadas”, dijo Gamble.

Mientras tanto, los síntomas de Gamble siguen evolucionando y los médicos siguen rechazando la posibilidad de que las vacunas sean las responsables. Hace poco, su lengua empezó a “ponerse blanca e hincharse” y sus orejas “a picar mucho y a tener costras”.

“Mi médico pensó que debía de tratarse de una alergia, así que fui a ver a un inmunólogo”, explica. “Pero en cuanto le enseñé las manos y le dije ‘vacuna’, me dijo que eso no le interesaba. Sólo le interesaban las cosas que te provocan un shock anafiláctico instantáneo”.

Gamble pidió una segunda cita, durante la cual se observó que su frecuencia cardiaca había descendido a entre 44 y 52 latidos por minuto. Los médicos sugirieron que estaba experimentando una reacción a la prednisona.

Gamble pidió que le hicieran una prueba de alergia al polietilenglicol, o PEG, porque no es habitual tener una reacción a la prednisona, dijo.

Sin embargo, la respuesta que recibió de su médico fue similar a la “luz de gas” que han denunciado otras personas que han sufrido lesiones por vacunas.

“El segundo médico me hizo la prueba y le dije que, desde que me administraron esta vacuna, no me sientan bien ciertos alimentos o medicamentos”, dijo Gamble. “Y le hablé del desgaste muscular, y me miró las manos y dijo que no lo veía, lo cual es ridículo porque es muy obvio”.

En cambio, el médico “se preguntó si era psicosomático”, dijo Gamble. Ella respondió: “no, me he hecho los estudios de conducción nerviosa. Se ha demostrado que mis músculos están perdiendo fuerza”.

Gamble también vio a un cirujano de columna “que dijo que cree que es una lesión de espalda”.

Pero un médico que Gamble vio más tarde -un reumatólogo- estaba dispuesto a establecer una conexión entre sus lesiones y su vacunación.

“[La] reumatóloga dijo: ‘No sé cuál es el gran problema. Se trata de una lesión por vacuna’. Y me escribió una carta para mostrar a la gente y decir que no se me puede administrar una dosis de refuerzo”.

‘Es como que lo pierdes todo, ¿verdad?’

Lamentablemente, según Gamble, la normativa COVID-19 de Canadá restringe el alcance del reconocimiento de las exenciones.

Gamble dijo a “The Defender”:

“Sigo sin poder obtener una exención legal, lo que en cierto modo es importante porque en Canadá te pueden negar un trabajo. Así que, si mejoro y espero poder volver a encontrar trabajo, tienen derecho a decirme que no me van a contratar porque no estoy al día con las dosis de refuerzo. O incluso viajar a otro país: de ellos depende que me dejen entrar si no estoy al día de todo esto.

“Este Gobierno no parece querer reconocer los daños neurológicos. Sólo -por lo que me dijeron- te dan una exención si se trata de una alergia al PEG o si tienes miocarditis, pero no por daños neurológicos“.

Como resultado, dijo Gamble, “estoy dando vueltas en círculos”. Describió cómo un médico le dijo que “resulta que es una de esas personas que ‘se quedan en la cuneta'”, un obstáculo que también le ha impedido cobrar el seguro de desempleo.

Ella dijo:

“En mi país no tengo derecho a nada. Y tienen un programa de apoyo a las lesiones por vacunación, pero muy poca gente cobra de ahí. Tiene que ser ‘grave’ y tiene que ser permanente, y no sé si considerarán esto ‘grave’, pero ahora mismo no puedo trabajar porque no me quedan músculos en las manos.”

Gamble sí recibió indemnización por despido, dijo, pero todo lo demás “ha sido denegado, denegado”.

“El gobierno de Canadá no está haciendo nada por las personas que sufren daños a causa de la vacuna”, afirmó Gamble. “Entonces, es como que lo pierdes todo, ¿verdad? Y entonces te meten en esta categoría de la que nunca quisiste formar parte”.

A pesar de estos retos y obstáculos, Gamble persevera, aunque no pueda trabajar.

“Hay cosas que quiero hacer”, dijo. “Quiero empezar a hacer ejercicio, pero me da hasta miedo porque ves esos vídeos [de personas que] mueren de repente… mucha gente al parecer ha muerto mientras hacía deporte. Así que eso me preocupa un poco y, en general, sigo sin saber qué me ha pasado”.

Los grupos de apoyo en línea para lesionados por vacunas, “una bendición”

En contraste con su experiencia con la mayoría de los médicos y muchos amigos, que descartaron su enfermedad, Gamble elogió el apoyo que ha recibido de los miembros de grupos de apoyo en línea para personas lesionadas por vacunas.

“Ha sido una bendición”, afirma. “Durante los primeros siete u ocho meses, estoy en mi sofá y siento que mis músculos se desgastan y me cuesta caminar. Cualquiera con el que intenté hablar que no tuviera una lesión, supuso que tenía que ser otra cosa, porque les han dicho que estas vacunas son ‘seguras y eficaces’.”

Pero la participación en grupos en línea, como el “Vaccine Injury/Side Effects Support Group” (“Grupo de apoyo para daños/efectos secundarios de las vacunas”) de Facebook, ha permitido a Gamble relacionarse con personas “decentes” que “no juzgan” y que han experimentado síntomas y afecciones similares a los suyos.

“He encontrado algunas mujeres con exactamente las mismas lesiones que yo”, dijo. “Fue agradable saber que hay otras personas ahí fuera, que no estás solo. No todos compartimos los mismos síntomas, pero sí muchos parecidos, y así puedo decir: ‘fulanito probó esto, pues yo voy a probarlo'”.

Gamble dice que no está segura de que el sistema médico vaya a recuperar nunca su confianza. Pero tenía algunos consejos para otras personas que sufrieran lesiones por vacunas.

“La gente tiene que darse cuenta de que si se lesionan por esta vacuna, probablemente desde el punto de vista médico no van a recibir mucha ayuda o [los médicos] van a intentar decirles que no fue la vacuna”.