Cada año mueren en Estados Unidos entre 2,8 y 3 millones de personas, algo menos del 1% de la población.

En algunos años, las muertes superan las previsiones, por ejemplo en un año malo de gripe. Estas muertes extra se caracterizan como “exceso de mortalidad”.

En febrero, los CDC informaron de que habían atribuido 376.504 muertes en 2020 a COVID-19. Cada muerte es lamentable, pero para poner esa cifra en perspectiva, las muertes por COVID en 2020 fueron en realidad inferiores a las 401.000 muertes en exceso de 2017, un mal año de gripe.

Este hallazgo refleja los datos de exceso de muertalidad de otros países, donde el exceso de muertes también fue mayor en 2017 que en 2020.

Un reciente trabajo de investigación publicado en la prestigiosa revista ‘The Proceedings of the National Academy of Sciences’ señala estas estadísticas y luego añade una afirmación aún más sorprendente:

“La comparación es más llamativa cuando se utilizan como medida los años de vida perdidos (‘years of life lost’, YLL por sus siglas en inglés). Goldstein y Lee (11) estiman que la pérdida media de años de vida de una persona que muere por COVID-19 en Estados Unidos es de 11,7 años. Si se multiplican 377.000 fallecidos por 11,7 años perdidos por fallecido, se obtiene un total de 4,41 M de años de vida perdidos por COVID-19 en 2020, solo un tercio de los 13,02 millones de años de vida perdidos por exceso de mortalidad en Estados Unidos en 2017 (Tabla 1). La razón por la que la comparación es mucho más aguda para YLL que para el exceso de muertes es que las muertes de COVID-19 en 2020 se produjeron a edades mucho más avanzadas, en promedio, que el exceso de muertes de 2017.”

En otras palabras, mientras que en 2020 se perdieron más de 4 millones de años de vida, en 2017 se perdieron más de 13 millones. Esto se hace eco de lo que muchos expertos llevan diciendo desde hace meses: COVID es comparable a una gripe grave que afecta desproporcionadamente a las personas mayores, pero es menos peligroso para los jóvenes incluso que la gripe.

Algunos podrían afirmar que las muertes por COVID habrían sido mucho peores sin los confinamientos y los mandatos de mascarillas. Sin embargo, cada vez hay más pruebas de que estas intervenciones no farmacéuticas tuvieron poco o ningún efecto sobre la mortalidad por COVID.

Buenos ejemplos de ello son Dakota del Sur y Dakota del Norte, dos estados vecinos con poblaciones similares y curvas de mortalidad por COVID casi idénticas (véanse los datos más abajo), a pesar de que Dakota del Norte instituyó el pasado otoño un mandato de uso de mascarilla en todo el estado y restricciones a las actividades en el interior, mientras que Dakota del Sur no lo hizo.

Existe una comparación similar entre Florida y California, donde a Florida le fue mejor después de levantar la restricción en todo el estado en septiembre de 2020, mientras que California continuó con confinamientos estrictos. (Véanse los gráficos siguientes).

En Europa, Suecia ofrece un contrapunto a los países que optaron por los confinamientos duros pero que tuvieron peores resultados de mortalidad.

Las cifras de exceso de mortalidad y de casos de COVID ponen en duda la solidez de la respuesta de la sanidad pública a la pandemia. Las consecuencias a largo plazo de los confinamientos han sido catastróficas, tanto en lo económico como en lo sanitario.

Los confinamientos suponen un mayor riesgo para las personas mayores a largo plazo, y privan a los más jóvenes de libertad sin aportar un beneficio significativo. Lo peor de todo es que las consecuencias a largo plazo de los confinamientos y la respuesta de la salud pública durarán décadas.

Muertes Dakotas
Dakota del Norte está en rojo. Dakota del Sur está en azul.

 

Muertes Florida y California
Florida está en azul. California está en rojo.